Cada tanto aparece un Daniel, del que nada sabía, dejando comentarios laudatorios para el blog. Mas que laudatorios, agradecidos. Daniel tendría mi edad porque decodifica los guiños: se que sabe que es una skypi, que Baretta era detective de televisión y que es el gofio.
No hablamos de esas cosas, son sobreentendidos. A Daniel le gustaba mi tag «lo masculino enigmático» y lo invité a escribir algo, avisandole que se trataba de pèrdidas, y él me dio todo, un tesoro, algo hecho de agua de llorar, algo de cicatriz que no cierra, algo de hijos y de muerte, palabras que no es de dios justo que estén juntas.
Entonces, como quien maneja materiales peligrosos, como una maromera que sabe que lleva caminando por el alambre, en la cuerda floja. un tesoro de palabras, con miedo a derrapar, a hablar de mas, a no ser merecedora, copio la triada de Daniel, a quien no conozco, sino por la mirada límpida y para siempre jamas joven de sus dos hijos que le cantan en el oido, que no cerraran sus ojos. Entonces no mas que agradecer estas palabras in memorian memoria de Nayla y de David.
TRíADA
(VESTIGIOS EN DELAY)
“Robar se pueden bueyes y grasientos corderos, adquirir trípodes y corceles de rubia cabeza, pero el alma de un varón no se puede apresar ni coger, para que vuelva, tan pronto ha traspasado la barrera de los dientes”.
Homero (“La Ilíada”)
Transcripto esto, no queda más que considerarlo un buen pie para despegar o hundirse, para arrebatar un speech a la digestión con las disculpas del caso.
Quedamos en eso. Apunté entonces ese martes 26 de junio y seguí. Como jugando.
Ahora. Ahora que no nos ve nadie, que el último fintón del viento dobló la esquina de este enrejado mortecino que succiona y libera, del silencioso párpado que descansó la siesta, caemos en que tras presumir de terribles pretenders, de superados y jactanciosos del desapego, podemos entrecerrar la puerta y sentarnos a la orilla de la cama a posar las palmas de las manos sobre los cobertores de la memoria y llorar.
“Niños, niños… no mueran en la calle…”, suplica mi amigo desde la sombra de los álamos, poseído del vino que devino feliz del empeñoso mortero de su sien, sobre las vides del entrañable amor sonoro. Como de lo crocante de su pan caliente jugando a la lengua de la lengua de la lengua y así. Tomad y bebed de ellos…
He visto esta mañana escaparse sobre un rincón del patio de mi casa el rápido vestigio de la sombra en transformación llevándose consigo el tibio aroma de lo que fue un tiempo feliz. Me ví con tristeza en mi impotencia de no poder retener todo aquello y sucumbí. Y volví sobre mis pasos.
A veces sucede que llegamos a la escena buscada, la apacible pero filosa, una fracción de segundo después de algo. Suponemos (anhelamos) que parte de nosotros está en conexión. Agitamos raudos el vaso con el dado.
Desde el río asoman señales que juegan a volver y reverberan, prodigándonos cuidados que sentimos con una seguridad gratamente sabida. Y avanzamos…
En la imperfecta ensoñación de mis latidos, con mi gastada mochila del camino hecha vela, desmenuzo ahora la tenue luz de estas horas en encadenado ir. Es entonces que sube el bocetado trébol de la espera bajo mi parietal izquierdo.
Y asomándome al pequeño desfiladero de tu dispositivo de observación, desajustando el absurdo encordado de mi historia personal, me voy deslizando en él hasta tornarme hebra, silbido, plegaria en sordina que invoca la dulce tríada que una vez celebramos.