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lo obsceno.


No soy muy quisquillosa, y puteo como un carrero. Inclusive escribir puteadas es parte de mi estilo. Eso no tiene que ver con lo obsceno.  El wikipedia relaciona el concepto con lo sexual pero me voy a referir a algo que no es estrictamente sexual, sino que tiene que ver con los estragos de la muerte o las mortificaciones y las imagenes..
Hoy mirando el colectivo de blogger en acción entre en un blog que tenia un feto sangrando para aleccionar en contra del aborto y en otro blog que en general me gusta leer (che genetic) se ilustraba la cuestion de Afganistan/USA (un dia de estos salta el planeta entero) con dos imagenes. Una piba sin nariz, con el agujero hecho como reprimenda talibana o quiensabe y otra niña con los pies hechos un guiñapo de sangre y colgajo.Entiendo que las  tres imagenes eran obsenas, y tambien innecesarias. Por otro lado Mancuso, el blogger peronista, instaba a que la moral masculina no estuviera por debajo de los ideales militantes, e ilustraba el post con una botinera medio en pelotas. Esa imagen era sexual, pero no era obscena. Por ahi el concepto de la mujer/cosa, pero no la imagen en si.
A mi me dieron asco y espanto las tres primeras. ¿Aleccionar con imagenes?
Si algo me ofende no voy a dudar de mis instintos. Del mal gusto no se vuelve. Digo.

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el medio es el mensaje, Capusotto y los sujetos de las redes sociales.


Antes de que la mayoria de los que «me» (?) leen hubieran subido por primera vez a una calesita, el canadiense Marshall McLuhan habia acuñado esta frase «el medio es el mensaje», que vamos a resumir pobremente como que el soporte que usas formatea lo que decis.
Si a esto le sumas que cuando hablás estas sujetado por un discurso (que habla por tu boca), en el que estas en parte alienado (no puede ser de otra manera, aun cuando se trate del discurso de tu familia) podemos sacar algunas conclusiones, que no por obvias dejan de ser interesantes en relacion a nosotros, los que usamos las redes sociales, sabiendo que no es lo mismo un tipo que tiene un blog, un facebukero o un tuitero o alguien que tiene las tres cosas en su celular propio el del inspector Gadget.
Sujetado por un discurso es una frase que se transforma en muy comprensible cuando vemos algunos de los discursos comunes y corrientes que circulan por acullá. A saber.
 un peronista te puede recitar «las veinte verdades» ¿que verdades, hay en realidad Verdades, alguien puede creer que epistemologicamente sea posible sostener verdades invariantes a lo largo del tiempo y del espacio?. O cualquier trosko que ud. tenga a mano, El sujeto de la militancia (cualquier militancia) es un sujeto que no duda de unas cuantas certezas. Es un sujeto con certezas. Y fijese que no hablo de la cualidad de esas certezas. Por ej. las feministas, los evangelicos. Su discurso es el de un sujeto con certezas. (Ellos como personas logico que dudan, porque se esta agarrado de las pelotas por muchos discursos contrarios entre si, incluso)
Podria seguir ejemplificando pero lo que quiero hablar es del Sujeto de las redes sociales. Lo mas lindo que escuche decir lo dijo  Barone: los blogueros son como los  poetas, se leen entre ellos.
No voy a hablar de fesibukeros ni tuiteros porque gracias a los angeles del cielo no me dio por ahi, pero si por el blog.
El bloguero extremo es un tipo que pasa «demasiadas» horas adelante de la pc. Es un tipo que se crea una ilusion de que esa es la realidad, y que termina agobiado por esa realidad. Es un tipo que hace amigos en la red (y vaya a saber si alguien le va a tener el tubo cuando necesite) , es un tipo hiperinformado, sesgadamente, claro. Es un lector compulsivo y seguidor de su blogroll, inclusive sabe cuando algo «mide o no mide» y como eso debe ser dicho. Hay quien esta atento a su feddjit o a su contador de visita. Y tambien es alguien que un dia se hincha las pelotas y deja de escribir.
Y ahi se da cuenta que puede vivir sin la pc, tranquilamente…
El amigo de Verboamerica me decia que el bloguero puede ser un personaje de Capusotto. Si alguien conoce a los libretistas de peter, la idea se la regalamos. Un bloguero peronista tuitero y facebukero, medio pelotudo como todos nosotros, haria las delicias de quienes escribimos y luego levantariamos el youtube y lo posteariamos…
Es que no somos nostros, hermanos, el medio es el mensaje, y la tecnologia nos ha convertido en esto. Sujetos de esta epoca, nos agarramos (como todos, como siempre) a lo que hay a mano.
un cariño.

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Dale gracias por estar. Recuerda que un guerrero no detiene jamas, su marcha.


Abre tus viejas cosas
Junta tu maquillaje
Alguien se acerca
Cierra los ojos, siéntate
Dale gracias por estar
Dale gracias por estar cerca de ti

Sobre los viejos muebles
Prende otro cigarrillo
Esta poesía viene a buscarte y además
Dale gracias por estar
Dale gracias por estar cerca de ti

Este ensueño es un silbido más
En el viento
Y un guerrero no detiene jamás
Su marcha

Puedes hallar la jungla
Entre estos edificios
Puedes rentarla o bien destruirla
Y además
Dale gracias por estar
Por crecer y engendrar
Cerca del bien que gozaste
Y además
Dale gracias al ángel
Por crecer y por luchar
Cerca del bien que gozaste
Y además
Dale gracias al ángel
Dale gracias por estar cerca de ti

Es inútil que pretendas brillar
Con tu historia personal
Recuerda que un guerrero no detiene jamás
Su marcha
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kunta kinte. Un sueño efectivamente soñado.


De pendeja, los chicos se disfrazaban de  negros que vendian velas y mazamorra en las fiestas del 25 de mayo,  no habia negros en buenos aires, o yo nunca habia visto uno, no existian los altos africanos que ofrecen  cadenitas de oro barato en las veredas de la estacion lanus, con acento frances. En esos tiempos lei La cabaña del Tio Tom y me hizo llorar. Es el primer acercamiento que tuve a la idea de exclavitud.
Pero lo mas grosso fue Raices y Kunta Kinte.
No lo pudieron domesticar. Le cortaron la gamba, creyeron  los imbeciles que le habian sacado su ser, le cambiaron el nombre, pero  el tipo seguia ahi adentro.
Ayer tuve un sueño que se me escapo entre imagenes raras pero viene a decirme algo. Ayer yo de alguna manera era Kunta, hijo de Binta y Omoro.

Tuve un sueño que me dijo que yo soy yo.Nadie podra con nosotros. Ni el tiempo.Somos mandingos, a nuestra manera, los amos podran creer que somos Toby, el esclavo de la casa, el esclavo domestico. pero nosotros sabemos que seguimos siendo Kunta.

zurdaje

en la espiral dialectica que es la vida recordamos la noche de los bastones largos.


en la  uba,un dia como hoy, un 29 de julio  la Universidad en la que yo estudie  ( pero estudie en la larga noche de la dictadura) tuvo una noche antes. La noche de los bastones largos. Ongania, la morsa. Y de ahi se produjo el exodo jujeño de intelectuales y docentes, una diaspora donde malgastamos la inteligencia que se habia construido.
Parecen cosas del tiempo de ñaupa. Pero de esa estofa estamos hechos. El ortiba tiene un dossier para el que quiere saber. Quien quiere oir, ya se sabe.

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bellas palabras: machadito


estuve leyendo blogs. El de El lobo estepario y el de Laura (la insoportable finitud del vermicelli) recuerdan al cuchi y a Castilla, el barba.

Se dice que estan muertos. Son cuentos. Siguen vivos por ahi, en las canciones.

¡¡¡¡¡Y como me gusta esa palabra quechua, machado, o mejor aun «machadito»!!!!. No hare elogio del vino, porque se de los destrozos que provoca en las gentes. No hay padre mas muerto que un padre borracho. Pero la palabra machadito tiene algo del rescoldo, de la pobreza, de la soledad. Una palabra que es como para abrigar.
Bah, en el post anterior hablaba de que me gustaria ser una mujer cruel y ahora me vengo con lo de perdonarle la vida a los borrachines, por lo bella que es la palabra machadito.
Asi no se puede.
Hagamosle el aguante a leguizamon y castilla, que no estan muertos, que va.

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cerati. Dale gracias por estar y el Palacio del rocanrroll


esta cancion salio de un concurso de canciones para Soda. La ganadora fue Persiana Americana, que a mi me hace acordar a la pelicula de Brian de Palma «doble de cuerpo» y a la argentina «Los enemigos» de Edi Calcagno.
Cerati es de los ochenta, en cuya segunda mitad  yo estaba empeñada en aprender a ser una madre perfecta o su sucedaneo posible. La cuestion es que no escuchaba mucha musica, pero miraba television, estudiaba psicoanalisis y leia vorazmente a stephen king.
Igual Persiana Americana es un temazo y Cerati  se merece un lugar en el palacio del rocanrroll. No quiero hacer una necrologica. El me recuerda quiza que todo verdor perecera y que, dale, hay que aprovechar el dia, que tanto.
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Recuerdos de Leonardo Favio sobre el Parque Japones y la vida de entonces.


Para un comentario en el blog de Mario, necesite buscar como se llamaba la maquina de fichines que estaba en el Parque Japones, en Retiro, donde se veian imagenes de odaliscas.Creo que se llamaba algo asi como nonumeno.
El parque japones siempre me intereso, porque me interesa lo freak, como una de las expresiones de lo humano, lo desbordado.Es alli, en lo excesivo donde se ven los pingos.El melodrama, el circo, el parque japones.
Inclusive tengo bastante data del lugar porque mi novela (ja, tengo una novela, que ridiculo, parece impostado hasta escribirlo) transcurre en el parque japones, en parte. Anacronicamente, porque la novela es de los 70 y ya no estaban alli  ni sus fantasmas.
En la deriva de buscar confirmacion del nombre encontre una pagina llamada lavidadefavio.com.ar que tenia este largo reportaje sobre el buenos aires que el vio, y sobre el lugar, y tambien la maquinita
Le voy a afanar algo para Kandor, mi eterna novela, cuando me agarre la inspiracion novelera. Pero como soy buena, lo comparto con uds. Por lo menos con los que gustan de leer post largos….

El Parque Japonés -Cuando te fuiste de Mendoza, ¿qué esperabas de Buenos Aires?
Esperaba lo que encontré. A mí Buenos Aires no me descolocó. Empecé a comer más seguido. Me comía un bife a caballo, y era un príncipe, porque en ese momento un bife a caballo era importante. Me habían echado de la Marina por incapaz, pero yo me había robado un uniforme porque sabía que con la ropa de marinero podía pedir plata en Retiro. Paraba a la gente con el cuento de que estaba en la colimba y que tenía que viajar para ver a mi familia, y todos me daban. Vivía bárbaro. Me alcanzaba para pagarme la pensión, que se llamaba La Antigua Marina, y que también quedaba en Retiro. Allí tenía todos los amigos. Todavía me acuerdo de gente como Cacho Rojas, un muchacho del que me hice amigo porque él también mangaba, pero vestido de conscripto, y vivía en la misma pensión que yo. Nos pasábamos todo el día adentro del Parque Japonés, que estaba enfrente de la pensión. Era un mundo mágico. Era un universo de enanitos, saltimbanquis, tragasables, lanzallamas. ¿Viste el travelling de Soñar, Soñar donde el presentador dice: “Señores, pasen y vean”? El Parque Japonés era como ese travelling, pero en una constante. Eran dos manzanas de eso. Empezaba a las tres de la tarde y seguía hasta las dos de la mañana, continuamente. Era un territorio donde nunca acababan los sueños. Había enanitos, muchos muchos enanitos, y a la mano, como uno sueña tenerlos en la niñez, cuando los ve de lejos caminando en los circos. Entrando por la entrada principal -que daba al frente de la Plaza de los Ingleses-, a la izquierda, estaba la carpa de los enanitos, el puesto de los enanitos. En el parque, el ruido era ensordecedor, pero no feo, porque cada ruido correspondía a un sueño. Pasaba, llevando niños, un trencito que recorría todo el parque con su ruido de locomotora y su silbato. También estaban los motociclistas, que daban vueltas y vueltas en el círculo de la muerte -que era una jaula, una enorme esfera de hierro, creo-, en el cual giraban dos motociclistas, sin parar, y entrecruzándose. Todo era color. Todo era vértigo. Había unas diez máquinas en las que ponías una moneda y mirabas a través de un vidrio de aumento, mientras hacías girar una manivela, y pasaban fotos sucesivas que daban la ilusión de movimiento. Entonces, veía brevísimas películas de cow-boys que duraban uno o dos minutos cada una. Al cabo de ese tiempo, tenías que poner una moneda en la máquina siguiente, porque cada una traía una película distinta. Había eróticas, de crímenes… en fin, el programa era variado   y hermoso, pero muy, muy cortito. Yo tenía amigos en casi todos los puestos, porque allí me pasaba las horas y las horas. Que yo me acuerde, nunca el Parque Japonés agotó mi asombro. Allí alguien cantaba, más allá el hombre sin brazos tiraba al blanco con un rifle de aire comprimido que manejaba con los pies, y siempre había muchas, muchas gitanas deambulando por el Parque. También solía ver actuar allí a un prestidigitador que hacía maravillas con las cartas, pero tenía -o mostraba- una sola mano, un solo brazo. En su rutina, decía: “A pesar del accidente de moto en que perdí el brazo, me superé y aprendí a manejar las cartas”. En fin… explicaba su mancura como si fuera un pecado, y encima, agregaba que el accidente fue en una moto, cosa que, por supuesto, le daba visos de tragedia, más categoría. Pero la verdad es que él tenía el otro brazo, pero lo ocultaba debajo del saco del smoking porque era cortito, cortito, como de un recién nacido, casi de un feto, y por supuesto, la mano también era chiquita. Era el brazo de un bebé en el cuerpo de un hombre grande. Pobrecito, tenía razón de estar acomplejado… Entonces, él intentaba que no se supiera que vino mal de fábrica. Lo encontraba degradante… Yo siempre le aconsejaba: “Pero boludo, cortátelo, si total… es como una cirugía estética”. Claro, yo lo aconsejaba porque éramos muy amigos. Pero te cuento algo que es mágico: ¿sabés dónde lo volví a ver? Hace unos días, en la televisión española que viene por satélite, ahí estaba el manco haciendo malabares y mintiendo con lo de la moto. Y le va muy pero muy bien con su número. Lo presentan como una de las grandes figuras de la noche española. No cambió nada de su rutina, está igualita. El está un poco más viejito, pero elegante, como cuando yo lo conocí en el Parque Japonés. Lo que es la vida… A él sí le quedó chico este país, como dice Mario, el Rulo en Soñar, Soñar
-¿La gente se pasaba todo el día ahí?
No, la gente no, yo. La gente iba sobre todo los fines de semana. Yo vivía ahí porque era un lumpen y todo ese lumpenaje eran mis amigos. Todavía me acuerdo de Sabú, que se ponía vaselina en todo el cuerpo y movía los músculos, sobre todo los del abdomen. Tenía control sobre todos sus músculos. Era un espectáculo maravilloso. El se exhibía con ese show en uno de los puestos del Parque Japonés. Como vivíamos en la misma pensión, quiso enseñarme a hacer gimnasia, porque decía que yo tenía muy buen físico. Lo intenté, pero me cansaba porque fumaba mucho. Además, me daban mareos porque se me bajaba la presión. Era un inútil, no servía para nada. Entonces, me tenían ahí para los mandados: “Che, turco, andá, llevá esto”, me decían. Esa era mi vida. Yo no podía faltar. Esa era la vida de todos nosotros, de nuestros sueños, de nuestras frustraciones, de nuestras cartas. Me acuerdo que como yo tenía muy mala letra y muchas faltas de ortografía, iba al Parque Japonés para que cualquiera de los amigos me escribiera las cartas para mi vieja. Eramos todos provincianos… Uno al que le decíamos el mexicano, porque se disfrazaba y cantaba canciones mexicanas, me avivó de que se podía ir a comer al puerto. En un galpón que tendría como trescientos metros habían armado un comedor gigantesco. Pasabas con tu platito y, por unos pocos pesos, te servían guiso, y si no tenías para pagar, comías igual. Ese lugar se llenaba de obreros portuarios, de mendigos y de desahuciados… Una cosa que me fascinó apenas llegué a Buenos Aires fueron los maniquíes. Si me habré ratoneado saliendo a mirar vidrieras… Me pasaba horas mirando maniquíes. Me excitaban. Para mí eran mujeres quietitas, que no contestaban. Eran como mansas, como buenas. Yo sentía que no podían agredirte ni joderte. En esa época que te estoy describiendo, sonaba muchísimo la voz de Alberto Morán. Era el ídolo. Algo así como el Julio Iglesias de entonces, con su canción “Me da pena verte barriada de Flores…”. Era una maravilla.
-¿Vos ya soñabas con ser cantante?
No, mi amor… Yo estaba indeciso entre ser ladrón de autos, ladrón de bancos, tragasables, saltimbanqui o lo que fuera con tal de no trabajar.
-¿Nunca pensaste en trabajar seriamente en el Parque Japonés?
Sí, pero era muy inútil. Cuando intenté trabajar de lanzallamas, me quemé todo. Ser tragasables no podía, porque me daban arcadas. Quise practicar los ejercicios para mover los músculos, que me enseñaba Sabú, pero también fracasé. Ni siquiera tenía puntería para tirar al blanco. No me quedaba otra que estar a la pesca de la picardía: fijarme a quién podía joder, a quién podía robarle algo.
-¿Tuviste alguna novia en el Parque Japonés?
Sí, salí con una piba monísima que era contorsionista, pero no vivimos juntos. Ella laburaba ahí todo el día, y mi orgullo era que me pagaba el bife a caballo. Pensá que en ese mundo esto es toda una cuestión de honor.
-¿Cómo fueron tus Navidades en la época del Parque Japonés?
Recuerdo que viví una sentado en la Plaza de los Ingleses, añorando Mendoza. Otra, la pasé con un grupo de amigos en el Tigre. Pasamos Navidad, Año Nuevo y nos quedamos quince días. Pero siempre fueron fiestas nostalgiosas.
-¿Por que pasaste aquella Navidad en la plaza?
Porque estaba solo. Como estaba solo, decidí quedarme ahí. Me gustó estar solo. Yo lo vivía como la evidencia de una atomización familiar. Mi madre por allá, mi padre ya no existía, mi hermano vaya a saber dónde… Pero como ya venía habituado a eso, no me preocupé mayormente. Eso era así y no era de otra manera.
Me olvidé de contarte una cosa muy linda de la que me hizo acordar mi hermano, el Negrito. En Luján había un lugar maravilloso que se llamaba La Gruta Azul. Era una pizzería donde se jugaba al villar y al metegol. Había muchas mesas, de vez en cuando servían comida, y ahí solía presentarse algún guitarrero de Buenos Aires que cantaba tangos. Los dueños eran un matrimonio italiano que había venido de Rosario. A nosotros nos quedó muy grabada una pareja que solía venir de Buenos Aires. Se llamaban el Patoruzú y la Patoruza, y hacían su show en La Gruta Azul. El se ponía una nariz, una peluca y un poncho como Patoruzú y tocaba una especie de violín armado con una lata de aceite, un palo y una sola cuerda. La mujer -que para nosotros era una anciana pero que debería tener cuarenta y pico de años-   lo acompañaba tocando la guitarra. El Patoruzú se emborrachaba mucho, y ella, que lo adoraba, muchas veces, cuando terminaba la función, lo dejaba dormir sobre la mesa. Una noche, mientras él dormía, ella se quedó charlando con mi hermano, conmigo y con Cacho Tamis. Advertí que ella no era una mujer común, sino que tenía una gran cultura. Tomó la guitarra y empezó a tocar cosas maravillosas. Resultó que era concertista. Mi hermano y yo quedamos pasmados. Si analizás, ella debe haber estudiado guitarra en los años veinte, lo cual te indica que vendría de una familia muy especial para que en esa época mandaran una chica a estudiar guitarra. De su boca, por primera vez escuché la palabra Tárrega. Ella acompañaba al Patoruzú porque lo amaba. Los dos eran borrachitos, aunque ella más suavemente que él. Pasan los años, yo vengo a Buenos Aires, me instalo en la pensión de Retiro y, para mi sorpresa, me encuentro   con que en la pieza de al lado vivían el Patoruzú y la Patoruza. Eso arremetía con todas mi nostalgia. Para ellos yo era una figura difusa que no alcanzaban a recordar. Cada dos por tres les llevaba paquetitos de yerba. Me preguntaron si no tenía algún amigo que pudiera hacerlos entrar a trabajar en el Parque Japonés., dado que yo pasaba tantas horas ahí. Finalmente los hice entrar en ese lugar que se llamaba Babilonia que estaba al lado del Parque Japonés y que yo recreo en Gatica , en la secuencia en que Gatiquita denuncia a su amigo que se coló a ver el espectáculo. El Patoruzú y la Patoruza durante un tiempo tocaron ahí, pero luego empezaron a salir en gira por las distintas provincias, según donde hubiera cosecha, como los gitanos. No los vi nunca más. En La Gruta Azul yo me pasaba las horas. Ahí y en lo del Turco Nassif solía ir a buscarle clientes a la Boliviana. Pienso que a las ciudades, como a la vida, hay que mirarlas más con el corazón que con los ojos. A todos esos personajes de mi pueblo los vi primero con el corazón, luego con los ojos y recién después con el cerebro. En mi vida se confunde la realidad con la fantasía. ¿Cómo no se va a confundir si, por ejemplo, el personaje del Aniceto, en mi película El romance del Aniceto y la Francisca , está basado en Raúl Di Marco?
-¿Quién era tu amigo de Buenos Aires que te enseñó a robar acá?
Carlos Smoris. Lo conocí acá. A mí me llamaba la atención que él andaba siempre bien empilchado. Decía que hacía corretajes, que compraba y vendía radios. Un día me confesó que en realidad robaba los relojes y las radios de los Chevrolet 51, y los vendía. En esa pensión de Retiro conocí a un tipo al que le decían “el vampiro” porque compraba sangre por litro. Vos ibas, te sacaban sangre y te daban plata. El tipo no vivía en la pensión sino que alquilaba una pieza por un día para sacarles sangre a los que venían a vender. el les daba unos mangos y después revendía la sangre. A la pensión también venían los reducidores de radios de autos. Uno les daba las radios afanadas y ellos te daban la plata. Y es por Carlos Smoris que me como la primera cana acá, por robo de radios. Ir en cana para mí era nada. Ya la conocía. No sufría. Hay mucho teleteatro en eso. No se sufre tanto. La primera vez que fui en cana en Buenos Aires fue en Devoto, en el cuadro primero. Pero no era este Devoto actual. Ahora cuando veo la cárcel de Devoto por televisión, me doy cuenta de que todo es catastrófico. Cuando yo estuve ahí todo era más higiénico, había más espacio, era casi lindo. Existía la ranchada, que era un sector de camas que delimitábamos con cobijas. El preso es un obsesivo de la limpieza. Me acuerdo que nos duchábamos dos o tres veces por día porque si no eras un tipo higiénico, no te aceptaban en la ranchada. Teníamos todo pulcro y ordenado. Lo que pasa es que en la época en que a mí me tocó estar en Devoto, no hacía mucho que había caído el peronismo y entonces todavía había resabios de dignidad. En aquel momento en Devoto no existía el guardiacárcel. Como era un lugar de tránsito -era una cárcel de encausados-, el que se ocupaba de los presos era el policía de la calle, que es más humano del guardiacárcel porque está en contacto con el mundo. Me comí casi nueve meses en Devoto, al cabo de los cuales logré salir. Pero al poco tiempo vuelvo a caer. Entonces, doy el nombre de un primito mío, menor que yo, hijo de mi tía Andrea, un gordito petiso al que yo usaba cuando era pibe para colarme en el cine, pero eso te lo cuento después. La cuestión es que cuando caí por segunda vez dije que me llamaba Rodolfo Benard para poder ir como menor de edad. El tema era que si daba el mismo nombre con el que había caído la primera vez -que era el nombre de mi hermano- me daban reincidencia, me cabían por lo menos tres años. Nunca caí con mi propio nombre para que no me mandaran a Mendoza. Entonces, di el nombre de mi primo, y me vino a sacar mi madre del mismo lugar donde había sido el Hogar El Alba y que ahora era el Instituto Agote, la cárcel de menores. Ella tuvo que venir con la cédula de mi tía Andrea, la madre del gordito, y hacerse pasar por ella. Después de esas dos experiencias, ya no quería más de eso. Me fui a Mendoza y comencé a hacer radioteatro con mi madre. El radioteatro es una locura.
-¿Cómo eran las compañías de radioteatro en las que trabajaste?
Cuando se emitía el capítulo se decía en qué club o en qué bodega iban a actuar. Viajaba todo el equipo en micro y se hacían las presentaciones. Pero yo no llegué a actuar demasiado tiempo. Hice un pequeño papel en una obra de mi madre, y luego protagonicé “La fiera acorralada”, otra obra de mi madre. Ella nunca tuvo una compañía como la de Ubriaco Falcón, que era el héroe del radioteatro. Mi madre siempre quiso hacer un radioteatro más parecido al de Buenos Aires. Era un radioteatro sin demasiada convocatoria porque la gente que amaba el radioteatro quería escuchar cosas como “Por las calles de Pompeya llora el tango y la Mireya” o “El león de Francia” o la historia del lobisón. Yo tuve mucha suerte porque enseguida me fui a San Juan con mi propia compañía. Leonardo Favio-Liliana Dávila, se llamaba. Ella era una piba que andaba con Rocha, un tipo encantador que era director de Radio San Juan. Yo vivía en la casa de ella. Me acuerdo que la familia era muy pobre, muy pobre. Tenían heladería. En esa época no existía tanta variedad de helados como ahora. Había limón, crema y chocolate. A mí me gustaba, porque además de actuar en los radioteatros, repartíamos helados subidos en una especie de sulky. Una vez me agarré un terrible empacho comiendo helado. Eramos felices. Nos pasábamos el día cantando tonadas y soñando. Yo trabajé un par de meses en esa compañía en San Juan, y ya me vine a Buenos Aires, donde comencé a hacer bolos en Radio El Mundo.
-¿Cómo fue que volviste a Buenos Aires?
Porque mi madre insiste para que yo me venga a Buenos Aires, donde tenía la posibilidad de hacer bolos en radio. Te voy a contar algo que te va a hacer morir de risa. Cuando vine a Buenos Aires, era muy ingenuo y muy brutito. En una oportunidad estábamos frente a Radio El Mundo con Horacio Torrado, un actor que era cabeza de compañía y que había sido el último marido de mi mamá y padre de mi hermano Horacito. Siempre me daba trabajo en su compañía, y me pagaba el café con leche en el bar que estaba frente a la radio. Yo vivía en la pensión de al lado con Yaco Lorca, el payaso que puse en mi espectáculo teatral La vida es un sueño. Un día cae a la mesa un muchacho joven, recién recibido de médico. Es típico que apenas aparece un médico todo el mundo empieza a preguntarle cosas. Yo no tengo mejor idea que decirle: “¿Sabe doctor que tengo un dolor en los ovarios?”. Horacio me miró con cara de espanto y siguió charlando. Yo volví a insistir. “¿Me estás cargando, pibe?”, dijo el médico. Y todos se empezaron a reír. “No, doctor, ¿por qué me dice eso? Es cierto que me duelen los ovarios”, le contesté. El pobre tipo no se daba cuenta de que yo quería decir “testículos” pero que de bruto decía “ovarios”. Lo que pasa es que siempre he vivido entre mis tías y era común escucharlas hablar del dolor de ovarios. Hasta ese momento, estaba convencido de que los nuestros también eran ovarios, o a lo sumo, “huevos”, pero no le iba a decir “huevos” al doctor, me parecía muy ordinario. Para mí, testículos tenían los toros o los perros. Imaginate de dónde vengo yo, Adriana. No sabía ni que teníamos testículos… A los doce años le armé un escándalo a mi madre porque recién me enteré de que ella no era virgen. Yo era el último atorrante de los atorrantes, pero a pesar de haber conseguido tipos para la Boliviana, a pesar de haber vivido siempre con las putitas, a las que amo, a pesar de haber tenido un padre cafishio, en ese terreno era muy ingenuo y muy brutito. Cuando empecé a trabajar en cine como actor en las películas de Torre Nilsson me decían “el rebelde”, porque a la hora de comer, en Sono Film, me sentaba lejos de todos. Y lo que no sabían era que eso no tenía nada que ver con la rebeldía. Me sentaba lejos porque hacía ruido con la comida y yo sabía que no había que hacer ruido para tomar la sopa, pero no lo podía controlar.
-¿Pero vos creías seriamente que a un tipo que te quería como te quiso Babsy el podía importar mucho que hicieras o no ruido con la sopa?
No, pero a mí me daba vergüenza. Una vez estábamos doblando una escena con Torre Nilsson y yo tenía que decir “lealtad” y decía “lealdad”. Veinte veces me tuvo que decir Babsy que estaba diciendo mal la palabra hasta que las escribió en un papel para que viera la diferencia entre la palabra correcta y la que yo pronunciaba. Para mí era “lealdad”. Otra palabra con la que lo volví loco a Babsy fue con “intemperie”. No me podía hacer entender que no se decía “interperie”. Pero a pesar de todo eso, él sabía lo que había en mí. Cuando filmábamos Gatica yo me sentía muy reflejado en el pibito que hace el Gatiquita adolescente. La de él es una personalidad muy parecida a la mía cuando tenía su edad… ¿Nunca te conté de mi primer noviazgo en Buenos Aires?
-No.
Yo tendría diecisiete o dieciocho años, y hacía bolos en Radio El Mundo. Mi vieja vivía en Carapachay y, de vez en cuando, yo iba a pasar unos días con ella. Un día, en el tren veo una pendejita que era la locura. Imaginate una onda Nazareno Cruz y el lobo . Yo, con mi tremenda timidez, me la levanto y comenzamos un romance de locos. Era un romance en el que nos mirábamos enloquecidos y lo máximo que llegábamos a tocarnos era la puntita del dedo. Esto habrá durado un mes. Era un tiempo que para mí, con semejante metejón, era un siglo. Un día ella empieza a decirme que tengo que conocer a los padres. Le expliqué que no me animaba, pero finalmente me convenció. Un viernes me invita a su departamento, que quedaba a dos cuadras de la casa de mi vieja. Mi mamá me plancha bien planchadito el único traje que tenía, mientras yo charlaba con ella y me atosigaba con ciruelas. Llego a la casa. “Ah, llegó el pibe -decía el padre-. Che, qué pinta de tenés. Así que vos sos sobrino de Elcira Olivera Garcés… Nosotros la escuchamos todos los días en la radio”. El departamentito era muy chiquito, requetechiquitito, en planta baja. Los padres de la piba eran encantadores. Nos sentamos, el viejo se hablaba todo y a mí no me salía palabra, me moría de vergüenza. Prepararon tallarines. La pibita iba y venía de la cocina, feliz. Era una belleza y yo todavía, te juro por Dios, ni la había tocado.
-Todo un caballero…
Es que era muy pibe y me daba no sé qué. Yo pensaba que ese noviazgo era para siempre. Eran amores de aquella época. La cuestión es que esa noche nos sentamos a comer en el living, que también era muy chico, casi un cuadradito. En lo mejor de la cena, me empiezo a descomponer. Trataba de aguantar, pero llegó un momento en el que no daba más. Me empecé a bañar en transpiración y las tripas me hacían ruido. Se ve que el mundo de ciruelas que me había comido en mi casa me estaba castigando. Finalmente junté coraje y dije: “Señor, yo quisiera pasar al baño”. “Sí, m´hijo”, me dice el padre de la piba y me señala la puerta del baño, que para mi horror estaba pegada a la oreja de él. El baño estaba pegado a la mesa. Entro corriendo, me bajo los pantalones, tiro la cadena para que no se escuche el ruido, pero no sale ni una gota de agua, y me viene un cólico incontrolable. Eran unos ruidos espantosos y cago por todos lados. Para colmo el bañito estaba pegado a la mesa, prácticamente pegado a la oreja del viejo, porque todo era chiquito. Y yo que no puedo parar de cagar… La mierda volaba para todos lados, como esas mangueras gruesas que se te escapan de las manos y salpican todo. No podía parar. No tenía control. En medio de esa situación, abro la canilla del lavatorio, y tampoco sale agua. Me entro a desesperar, no puedo controlar la situación y pienso en tirarme al piso y hacerme el muerto. Me resbalaba en la mierda. Trataba de escuchar, pero del otro lado no se oía ni una palabra. Es que mi ruido había sido tan estrepitoso que deben haber quedado mudos del horror. Eran ruidos espantosos, tipo estallidos. Las paredes y el piso estaban llenos de mierda. En un momento pensé en hacerme el desmayado para que me sacaran con una ambulancia. Prefiero que me lleven así cagado a un hospital antes que tener que mirar a éstos, pensé. Pero, de pronto, veo que el baño tiene una ventanita diminuta que da a un patio interior. Así cagado como estaba, me trepé a la ventana, me tiré al patio interno, salté el muro que daba a la calle y me fui. Nunca más supieron de mí. Nunca más supe nada de la piba. Después, cuando iba a visitar a mi madre, al bajar del tren en Carapachay, daba veinte vueltas manzana para asegurarme que no estuviera la piba. Con los años, cuando empecé a ser conocido con la canción, me imaginaba a esa gente viéndome por la tele y diciéndole a la hija: “Mirá el novio que se te había transformado en mierda”. Fijate cómo fue a terminar ese romance que era de mirarnos, de tomarnos de la mano, de sentirnos etéreos. Cuando llegué así, cagado, a la casa de mi madre, ella no podía parar de reírse. Y yo me reía con ella, porque a esa altura se me había ido hasta el amor por la piba. Pensar que perdí mi novia por una ciruelas, y tal vez también perdí la posibilidad de una hermosa familia.
-¿Qué otros recuerdos tenés de la época de tus bolos en Radio El Mundo?
-Recuerdo cómo eran las compra-venta en Buenos Aires. Ahí solíamos ir con mi madre a buscar la ropa que me vestiría. Era una especie de mercado persa. En ese lugar estaban las cosas más dispares, más bellas y más misteriosas. En la vidriera te podías encontrar con violines que en su interior rezaban: “Stradivarius”. “Ese es un violín muy caro. Ese hombre no sabe lo que tiene en sus manos”, me dijo mi madre. La que no sabía era mamá. Eran violines que decían Stradivarius pero eran cualquier cosa, trampa para ingenuos. Pero yo, al igual que mi madre -y me emociono al rememorarlo-, entraba a la compra-venta como a un lugar donde me llenaba de alegría. Por lo general, eran tiendas de judíos en la calle Libertad. Largas hileras de trajes, grandes rincones de camisas, todas muy bien planchadas y pulcras, trajes impecables y remendados, otros casi nuevos, zapatos casi nuevos. Ahí íbamos con mi madre y ella me compraba un trajecito y camisas que elegíamos juntos. Yo salía con un temblor, como si fuera ropa nueva. No tenía mucha conciencia de lo que era la ropa nueva. Hasta los diecinueve años, no recuerdo haber adquirido por mis propios medios ropa nueva. Sólo la había comprado cuando era más pequeño y andaba ratereando. En esa época compraba camisas que me gustaban. Me acuerdo que una vez usé ropa nueva porque una noche nos habíamos metido en una tienda y habíamos sacado unos cincuenta trajes, de los cuales muchos me quedaban bien y pude usarlos. Pero con los trajes de la compra-venta, me sentía muy bien vestido. Casi siempre había que hacerles pequeños arreglos, a veces en la cintura, a veces en la botamanga, o en las mangas, en fin… arreglos. Entonces, me iba con mamá a tomar café con leche a un bar cercano mientras ellos arreglaban la ropa y la dejaban prácticamente a medida. Creo que nunca fui tan feliz al comprar una ropa, como cuando me entregaban esa que me compraba mi madre con tanto cariño. Mi madre era feliz cuando entrábamos ahí.   Para ella eso era lo máximo porque era lo máximo que podíamos aspirar. Las casas de compra-venta siempre tuvieron algo de misterioso y de bello para mí. Y aunque parezca increíble, en esta especie de abracadabra que es mi vida, en la que soy un sombrero del que permanentemente salen conejos, también en el ámbito de la compra-venta de ropa me ocurrió algo mágico. Resulta que con los años, muy pocos por cierto, me encuentro en un cineclub con un muchacho llamado Armando Bresky. Habíamos proyectado Crónica de un niño solo en ese cineclub que él dirigía. Yo estaba con Walter Achúgar, y Armando Bresky nos convocó para que habláramos de mi sueño de filmar El romance del Aniceto y la Francisca. Nos dio cita en su negocio. ¿Y cuál era el negocio? La compraventa de Libertad y Lavalle. Era la compraventa de su padre, donde tantas veces yo había ido con mi madre a comprar ropa usada. En ese mismo lugar, con el hijo del ropavejero, se armó la producción de El romance del Aniceto y la Francisca. Yo lo iba a ver a Armando Bresky para hablar de nuestros sueños de El romance… al mismo sótanos del negocio donde tantas veces había deambulado con mi madre escudriñando los percheros, buscando la ropa que me quedara bien y eligiendo el color que fuera adecuado para mí. Nunca voy a olvidar que una vez estaba entusiasmado con un traje marrón y mi mamá me dijo: “No, la ropa marrón es para los rubios. Vos tenés que usar azul, negro o gris”. Todavía recuerdo un traje de ojito de perdiz que me compró mi madre y que me quedaba hermoso. Ese día, además, me compró cuatro camisas y corbatas, para que estuviera elegante cuando iba a Radio El Mundo. Te cuento todo esto y me emociono. Me doy cuenta de que pasaré por esta vida sin haberle pagado a mi madre el amor, la fe y todo lo que hizo por mí. Hoy tal vez sea tarde para decírselo porque la emocionaría y le haría daño. Simplemente puedo comérmela a besos, como suelo hacer cuando voy a verla. Si charláramos de esto le haría mal. Creo que nunca antes de estas charlas que estoy teniendo con vos, había tomado conciencia de esos momentos maravillosos que viví junto a mi madre, y de esa cosa misteriosa que me llevó a vestirme elegante con ese judío ropavejero, y que el hijo de ese mismo ropavejero iba a terminar ayudándome a producir El romance del Aniceto y la Francisca.
-Por lo visto, de tus primeros años en Buenos Aires tenés recuerdos tan precisos como los de Luján de Cuyo…
Sí, pero, ¿sabés qué perdí al llegar a Buenos Aires? Perdí el ruido de los coleópteros. Recién ahora me estoy dando cuenta, a través de los documentales que me llegan por televisión. En mi casa de Luján de Cuyo había un jardín con rosas de colores increíbles, obra de mi tía Berta que, como te conté, era una gran jardinera. Eso hacía que permanentemente hubiera un ronroneo de abejas, de un mar de coleópteros trasladando polen. Pzzzzz, pzzzzz, pzzzz era el sonido constante a la hora de la siesta. Y a eso sumale el ruidito del agua, tanto de la acequia como del regadío. Nosotros teníamos derecho al agua dos veces por semana. Entonces tenías que ir al tapón, que quedaba a cinco cuadras, y destapar para que te llegara el agua. El que percibió alguna vez ese sonido, lo que siente es un golpe al alma. Es una pena que esos sonidos de a poco vayan desapareciendo. Cada vez te tenés que hundir más en los desiertos para poder escucharlos.
-¿En Luján ya no están esos sonidos?
No sé si estarán porque a Luján un poco la arruinaron. Hoy tiene mucho ruido a ciudad.
-En el lugar donde vos querés construirte una casa, sobre la calle La Costa…
Pienso que ahí aún tiene que haber de esos ruidos. Donde hay muchos sonidos de ese tipo es en los viñedos, sobre todo cuando pasa la cosecha y viene la melezca. La melezca son los racimos que quedan en el viñedo después de la cosecha porque el cosechador no los arrancó. Según la Biblia, está prohibido tocarlos porque son para las viudas y los huérfanos o para los esclavos. Con la melezca aparece, indefectiblemente, el sonido de las abejas. Estoy pensando que tengo que recuperar el viñedo que tuve en Las Catitas, o comprar otro. Quiero volver a tenerlo, pero no para que me dé ganancias sino para vivirlo, para respirarlo. La vida está allí. La gran ciudad es para usarla. Acá llego a preguntarme si la verdadera vida no será el sueño, porque cada día me despierto para pelear. No me despierto para ir a gozar el sol de la mañana debajo de un parral, ni para ver cómo corre el agua debajo de una acequia. Acá te asomás y ves un auto o una vieja, y escuchás radios que dicen boludeces, y autos que pasan, pero en ningún caso te despertás para estar en contacto con la vida.
-Pero cuando vos te levantás y empezás a pensar en componer una canción o en escribir un guión, te despertás para la vida, estés acá, en Luján o en la China. ¿O no?
Yo primero tengo que recuperar lo otro, el contacto con esa otra vida. No me gusta tenerla instalada solamente en la memoria. Quiero ir y tocarla. Es algo que yo me lo he replanteado, y me he dado cuenta de que mi falta de fervor tiene que ver con algo que está faltando. Antes que nada, tengo que ir en busca de eso.
-¿Creés que si te fueras a vivir a Mendoza durante seis meses, compondrías tus canciones o escribirías tus guiones con mayor grado de placer?
Quizás no, porque eso ya es parte de un trabajo. Por ahí yéndome a Mendoza seis meses no compongo nada, pero me compongo a mí mismo. Lo que yo no logro hacer entender es que no sé si todo eso -las canciones, las películas- es importante. Puede que mis canciones o mis películas sean importantes para los demás, pero no sé si son importantes para mí. Muchas veces me planteo si no es un insulto a Dios no darle importancia a la vida que El te dio. De golpe, por estar inmerso en el ruiderío de la ciudad, te perdés en el ruiderío de la ciudad, te perdés el ruido de un coleóptero… Hace un rato estaba viendo un documental sobre los colibríes. En mi vida he visto enjambres de colibríes. Picaflor, les decíamos, picaflor se llaman. Estaban ahí y a la hora de la siesta los veíamos todos. Me acuerdo que yo los miraba como en cámara lenta, porque eran tantos que podía estudiar sus movimientos, sus costumbres, sus hábitos. Eso es lo que añoro yo hoy. Y lo que te aterra es que todo eso vuelve a tu memoria a través de la televisión. Cuando vi el documental de los colibríes, me di cuenta de que aquella imagen de los pájaros a la hora de la siesta se me había olvidado. Y ahí me pregunto cuántas cosas bellas habré olvidado. Es indispensable que lo sepa, y que las recupere. Dice un proverbio chino que nunca hay que volver al lugar donde uno fue feliz. Creo que está equivocado. Porque podés volver al lugar donde fuiste feliz, sin ir exactamente a ese lugar, sino buscando aquello que te hizo feliz. Si yo vuelvo hoy a Luján de Cuyo, ya no es mi Luján de Cuyo, y en eso tiene razón el proverbio chino. Pero si voy a buscar aquello que me dio Luján de Cuyo, y lo busco cien kilómetros más adentro, ahí va a estar, a pesar de que ya no está la tía Berta que me rondó.

zurdaje

demasiadas cosas para un solo dia.


Un 26 de julio del 53 comenzo la revolucion cubana, con el asalto al Cuartel Moncada. Fidel y unos 135 tipos se jugaron la patriada de liberar al pueblo de la opresion, la ignorancia, la indignidad.
Y un 26 de julio murio Evita, mujer que cambio la manera de ser mujer en la politica.
Y es un dia muy especial porque hoy empieza el año nuevo en el calendario maya. Que astronomicamente es un calendario mas exacto que el gregoriano.
Asi que negro, digamos que es un buen dia para empezar proezas, aunque sea esas minimas proezas personales en las que se nos va la vida.
Si Fidel cambio Cuba, si Evita hizo la argentina del peronismo, partiendo de sus propias virtudes y limitaciones… vos no podes por ej. dejar de fumar???? El calendario maya te ayuda, te da impulso. Y si es una boludez, no importa. Vos adelante con los faroles.Lo peor en la vida es estancarse, pensar hasta que llegue. Mirame a mi. Se me viene la maroma, el gran cambio… y aca me ves, fresca como una lechuga.

al gran pueblo cubano, salud
a los que recuerdan a Evita, mis respetos
 y nosotros aca, blowing in the wind….
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