No viene mal recordar que hubo gestas obreras. Que hubo sindicalistas épicos que no tenían casas con dos piscinas y que no engordaban cuentas en Suiza, y que no transaban con el poder. No viene mal saber que hubo un Cordobazo, que la gente se empezó a dar manija y manija y manija y logró cosas que ni sabía que iba a lograr
Mes: May 2017
el gran poema peronista
Yo no soy peronista, pero según este hermosísimo poema, también soy peronista
Carlos Godoy. Escolástica Peronista Ilustrada.
peronismo
el de su extinción
ya no son peronistas
los poemas
con huesos
por todas partes
los ciclistas
son
los ciclistas
en bicicletas de paseo
la historia
es peronista
una bicicleta
de paseo
es
el giroscopio
peronista sin caretas
no existe
la vanguardia
peronista
es un invento.
la matemática
es un invento
el peronismo
es un invento
los domingos
con el solcito
suave
y las veredas un poco
húmedas
al despertar
son peronistas
las panaderías
son peronistas
casarse
por iglesia
es peronista
los punteros peronistas
son barrabravas
sacados de las canchas
y puestos
en los comicios
con la misma
furia
que en un para avalancha
un peronista es peronista
si
y solo si
premia
lo miserable
mamá es radical
por que
en campaña
le regalaron una cuna
a los meses que yo nací
los radicales
también
son peronistas
los presidentes
son peronistas
no hay lecturas
obligatorias
en el peronismo
perón
tenía una pija enorme
la mostraba
con insistencia
a sus compañeros
en los baños
del liceo
los días de aburrimiento
en hojotas
son peronistas
los ex represores
son
peronistas
la historia
es peronista
como se viste tu mamá es peronista
igual como se viste tu hermana
pajearse antes de dormir
la siesta
o en el baño de la escuela
en una hora libre
pensando en la
novia de tu amigo
es peronista
espiar a tu mamá
mientras se cambia
es peronista
gorrear a la bruja
es peronista
tener hijos
ponerle nombre
mostrarlo
decir a todo el mundo
que se lo ama
es peronista
el amor a la madre
es peronista
el amor a tu mamá
y a tu hermana
también
es peronista
culear en
casa de la nena
mientras los papis
vacacionan en la costa
es peronista
bajar pornografía
y guardarla
en carpetas
tipo
“estadísticas 2003”
es peronista
mis topper
celestes
son peronistas
la conformación
de clases
de acuerdo
a los gustos
musicales
tu mamá
y tu hermana
también
el fútbol
argentino
es peronista
bañarse los domingos
lo es
el menemismo
es peronista
los simpsons
son recontra
peronistas
los artistas
que marcan tendencia
no son peronistas
lo divertido
es peronista
lo ridículo
lo grasa
lo feo
una buena
pelea callejera
a la madrugada
en la cañada
es peronista
una puteada
entre autos
es peronista
los clásicos son peronistas
la cortesía
en el bocinazo
de un bondi a otro
es lo
mas peronista
los policiales
de conti
son peronistas
lo peronista
es instintivo
tener
la casa con las
paredes pintadas
de blanco
es peronista
decir
que no hay peronismo
es peronista
tomar merca
a los 16
en sacoa
es peronista
odiar a los hippies
es peronista
usar medias
diferentes en cada pie
o rotas en los talones
(da igual)
es el himno peronista
la canción peronista
es peronista
cantarla en una fiesta
de quince
mucho mas
rascarse
las bolas en jogging
y después olerse
la punta de los dedos
sentado
en la pirca
de la casa del vecino
es peronista
un buen chiste
cordobés
es peronista
tu mamá
y tu hermana
haciendo las ensaladas
lo son
todo lo macho
es peronista
un falo en un punta
una tirada de goma
también
escribir
en los pupitres
“el que lee esto
se come la del burro”
es
participación
educativa peronista
lo ario
primer mundista
no es peronista
viejos jugando
al fútbol
con indumentarias
pasadas de moda
es peronista
tener apellido
español
o italiano
es herencia peronista
ser hincha de un equipo
de la C
es orgullo
peronista
las dentaduras
podridas
son peronistas
todo lo que sobrevivió
al menemismo
es peronista
esperar
que den
las películas
del cine
en los canales
de aire
es peronista
hacer paro
ir a manifestaciones
es peronista
criar culo
y panza
es fisiológicamente peronista
la policía
reprimiendo
es un paisaje
peronista
giordano
es peronista
comer con la tele
es peronista
los sanguches de mortadela
son peronistas
las verdulerías
y las canicerías
un guiso de mondongo
es la oda peronista
la justicia
es peronista
el concepto de barrio
es peronista
lo lascivo
es peronista
llamar al grupo de amigos
“banda”
es peronista
la bicicleta
es un vehículo de
dos ruedas
peronista
un pedazo
de carne
embutido
en el agujero de la muela
es peronista
faltar a un parcial
en invierno
por cojer
es peronista
tener muchas
llaves colgadas
de la cintura
es estética peronista
una camisa
manga largas
arremangada
es un canto peronista
un banco
de una plaza
destruido
es peronista
romper los cordones
de la vereda
para obtener
proyectiles a medida
es peronista
dormir en calzoncillos
es peronista
decir comentarios
reaccionarios
en la mesa
es la poesía peronista
edmundo
rivero
es peronista
desayunar
té con pan pelado
es peronista
tocarse el corazón
cuando suena
el himno
es peronista
cagar con campera
es incómodidad
peronista
ser
“fana”
de cualquier cosa
es peronista
comer salame con vino
es peronista
los hijos
mezcla
de clases
son peronistas
un crucifijo
fluor
que brilla en la oscuridad
es peronista
tu mamá
y tu hermana
haciendo
compras son la
gloria peronista
las profesoras
pinturraqueadas
que dictan
rápido
con los brazos
tensos y los puños
cerrados apoyados
en el escritorio
son peronistas
el manual
estrada
es instrucción
peronista
odiar a la cana
es peronista
ir a la cancha
es peronista
el chori
sin cuidados
bromatológicos
es peronista
el bombachón
de tu abuela
flameando
en la soga
de la terraza
es peronista
mostrar
el culo
por las ventanillas
es peronista
soriano
escribe
thrillers
peronistas
un zurdito
de la revolución
perdida
es la resaca
peronista
anotar
caminando por la calle
sobre la palma de la mano
el número de teléfono
de un departamento
que se alquila
es romance
peronista
quedarse
con un perro
callejero
es peronista
el concepto
de familia
es peronista
la musculosa
blanca
debajo de la camisa
casi transparente
es peronista
las camperas
marrones
símil cuero
ceñidas
en la cintura
son mafia peronista
cazar
es peronista
el boxeo
es el deporte
por excelencia
peronista
hemingway
era bien peronista
cortazar
ni borges
son peronistas
la damajuana
es el recipiente
peronista
la autoridad
de un taxi
es peronista
el trapo del piso
es el lienzo peronista
la merluza
con el tango
son el slogan
peronista
las pajas
colectivas
son un descubrimiento
peronista
no existe
la debilidad peronista
la mugre
es un accesorio
peronista
el asado
es una expropiación
peronista
a los gauchos
los gauchos
no son peronistas
los edificios
de seis pisos
con manchas de sarro
en la fachada
y balcones
son construcciones
peronistas
no
existen soberanos
peronistas
todos
los partidos políticos
son peronistas
usar
una chomba
con el estampado
de una banda de rock
es adolescencia
peronista / menemista
los que juegan
al rugby
al golf
al water polo
al tenis
al jockey
se la pone
fácilmente
de parado
en los vestuarios limpitos
un peronista
el albañil
es el obrero
peronista
la calva
involuntaria
y desprolija
es madurez
peronista
eyacularse
en los calzoncillos
es peronista
decirle
al semen
gustavo
es dialecto
peronista
la ginebra con coca
es la bebida
peronista
mandar escabeche
en una encomienda
a un hijo que está lejos
es peronista
la pedofilia
es un lapsus
peronista
los travestís
son el invento
peronista
las propagandas
del mundial
son peronistas
un fútbol
con cascos hexagonales
negros y blancos
es peronista
una nenita
haciendo pis
sobre la vereda
desde lo alto
sostenida
en brazos de su padre
es rock and roll
peronista
aprobar un examen
sin estudiar
es peronista
los cintazos
a los hijos
son el sermón
peronista
la innovación
no es
peronista
darse vuelta
para mirar
un culo
es un movimiento
peronista
la subsistencia
es peronista
el plagio
es peronista
un almacén
improvisado
en la ventana
del living-comedor
que da a la calle
es peronista
las botellitas
descartables amontonadas
en las paradas de los bondis
son peronista
las camperas adidas
azules
con rayas blancas
desde
los hombros a los puños
son peronistas
los bailes
son peronistas
la mona
es peronista
ficciones
de borges
es peronista
rayuela
de cortázar
es peronista
los cementerios
municipales
son peronistas
alberdi
es peronista
este año que me empieza en mayo
Este año que me empieza en mayo son los 61. Los sesenta me trajeron un nieto con los ojos tan abiertos y hermosos que hago la broma que parece el Sr. Burns saliendo del bosque totalmente drogado. Me trajeron la lectura en un bar de cuentos y poemas porque alguno pensó que soy una escritora «de verdad», me trajeron un premio de un cuento que valoro mucho porque valoro mucho a los jurados y me trajeron un susto muy grande por la salud de mi compañero. También me trajeron penuria económica, la liquidación de lo que ahorre durante los últimos años y la suspensión de unas vacaciones en Brasil porque la viyuya me es esquiva.
Pero hambre nunca pasé y si quiero me baño dos veces por día con agua caliente y bien mirado entre las cremas que desperdicio en mi cara y los libros que compré este año, una familia de seis come una semana.
Por eso agradezco este video, me hace bien, me alinea las prioridades, me ubica, me sana. Yo soy Darín,nunca seré Fantino.
receta del locro de mi hermano para el frio invierno
consejos para mujeres que esperan que los hombres se jueguen por ellas, desde hace largo tiempo.
En la revista Polvo,-a la que le tengo gran estima, fundamentalmente porque me publicó dos cuentos- uno de los míos, por lo menos en cuanto la deriva académica, un psicoanalista que es graduado en Filosofía (y mis lectores deben saber que esta psicologa que soy yo va a empezar a cursar Filosofía en este próximo cuatrimestre), llamado Luciano Luterau, escribe sobre esa particular configuración psíquica tan afecta caer (?) como polvo de hada sobre la masculinidad: la neurosis obsesiva.
El obsesivo se defiende enamorarse, esa posición «femenina» de que algo que me falta lo tenga el amado…. Y siempre están las minas, las que esperan «algo» de un obsesivo y vanamente, señores, vanamente.
Dice Luteau, en un artículo magnifico
Si un tipo no deja que le cambies la vida, siquiera un poquito, no vale gran cosa. La vas a pasar bien, puede que te guste mucho, te vas a enamorar, pero no vas a llegar muy lejos. Quizá vos no quieras llegar muy lejos, pero ¿vos sabés lo que querés? Seguro no querés estar en esa posición de esperar al otro, ni tener que pedirle que cambie, porque no solo eso no se puede pedir, sino porque los tipos no cambian. Los tipos se dejan cambiar, viven pasivamente el amor, por eso se defienden de esa pasión como del demonio. Y no es algo que tenga que ver con la voluntad. Es más básico: si un tipo no se deja cambiar la vida de entrada, no lo hará nunca. Es un auto usado que sólo sirve para taxi, pero no para viajes largos. Quizá quieras un tipo para moverte por capital, que te lleve y te traiga, es cómodo, pero ¿vos sabés lo que querés? No es lo que pensás, es lo que se piensa en vos mientras vos crees que pensás. No importa que sea bueno, lindo o lo que sea, ni siquiera importa si cambia, sino si se deja cambiar la vida. Aunque te diga que le rompés las pelotas, o que a veces no te soporta, pero que sepa que si no se deja está haciendo las cosas mal, que vaya a las puteadas pero no sienta el alivio de no ir, de zafar, ese es el indicador. Es un consejo, para que no sufras por algo que no vale gran cosa.
Granada, calle de Elvira
cuando todavía no escribía poesía, cuando casi no leía poesía …leía a Lorca.
Hoy me levante pensando en Granada.
y como tengo un blog, puedo copiar este poema, que mascullaba mientras bajaba la calle de Elvira
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas
la que va detrás, paloma,
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?
¿Qué manos roban perfumes
a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie;
dos garzas y una paloma.
Pero en el mundo hay galanes
que se tapan con las hojas.
La catedral ha dejado
bronces que la brisa toma;
El Genil duerme a sus bueyes
y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada
con sus colinas de sombra;
una enseña los zapatos
entre volantes de blonda;
la mayor abre sus ojos
y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres
de alto pecho y larga cola?
¿Por qué agitan los pañuelos?
¿Adónde irán a estas horas?
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
y algunas de mis fotos.
es una vergüenza.
Me agarran de capa caída pero no puede dejar pasar la verguenza que significa que la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina se halla manifestado a favor de la liberación de genocidas amparandose en el 2 x 1 de los presos comunes.
Y entonces llego Sting, para darle un abrazo a las Abuelas de Plaza de Mayo
(Imagen: Twitter Abuelas de Plaza de Mayo)
Murió Abelardo Castillo
Enorme escritor argentino, hacedor de revistas literarias y de grandes cuentos. Para mi, este es uno de los cinco mejores cuentos argentinos que he leído, y puedo decir, sin jactancia, que he leído muchos
LA MADRE DE ERNESTO.
Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que Julio nos había metido en la cabeza —porque la idea fue de él, de Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia— nos hiciera sentir culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un sitio como aquél, nadie es puritano. Pero justamente por eso, porque no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel. Atractiva. Sobre todo, atractiva.
Fue hace mucho. Todavía estaba el Alabama, aquella estación de servicio que habían construido a la salida de la ciudad, sobre la ruta. El Alabama era una especie de restorán inofensivo, inofensivo de día, al menos, pero que alrededor de medianoche se transformaba en algo así como un rudimentario club nocturno. Dejó de ser rudimentario cuando al turco se le ocurrió agregar unos cuartos en el primer piso y traer mujeres. Una mujer trajo.
–¡No!
–Sí. Una mujer.
–¿De dónde la trajo?
Julio asumió esa actitud misteriosa, que tan bien conocíamos –porque él tenía un particular virtuosismo de gestos, palabras, inflexiones que lo hacían raramente notorio, y envidiable, como a un módico Brummel de provincias–, y luego, en voz baja, preguntó:
–¿Por dónde anda Ernesto?
En el campo, dije yo. En los veranos Ernesto iba a pasar unas semanas a El Tala, y esto venía sucediendo desde que el padre, a causa de aquello que pasó con la mujer, ya no quiso regresar al pueblo. Yo dije en el campo, y después pregunté:
–¿Qué tiene que ver Ernesto?
Julio sacó un cigarrillo. Sonreía.
–¿Saben quién es la mujer que trajo el turco?
Aníbal y yo nos miramos. Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto. Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela. Era una mujer linda. Morena y amplia: yo me acordaba. Y no debía de ser muy mayor, quién sabe si tendría cuarenta años.
–Atorranta, ¿no?
Hubo un silencio y fue entonces cuando Julio nos clavó aquella idea entre los ojos. O, a lo mejor, ya la teníamos.
–Si no fuera la madre…
No dijo más que eso.
Quién sabe. Tal vez Ernesto se enteró, pues durante aquel verano sólo lo vimos una o dos veces (más tarde, según dicen, el padre vendió todo y nadie volvió a hablar de ellos), y, las pocas veces que lo vimos, costaba trabajo mirarlo de frente.
–Culpables de qué, che. Al fin de cuentas es una mujer de la vida, y hace tres meses que está en el Alabama. Y si esperamos que el turco traiga otra, nos vamos a morir de viejos.
Después, él, Julio, agregaba que sólo era necesario conseguir un auto, ir, pagar y después me cuentan, y que si no nos animábamos a acompañarlo se buscaba alguno que no fuera tan braguetón, y Aníbal y yo no íbamos a dejar que nos dijera eso.
–Pero es la madre.
–La madre. ¿A qué llamás madre vos?: una chancha también pare chanchitos.
–Y se los come.
–Claro que se los come. ¿Y entonces?
–Y eso qué tiene que ver. Ernesto se crió con nosotros.
Yo dije algo acerca de las veces que habíamos jugado juntos; después me quedé pensando, y alguien, en voz alta, formuló exactamente lo que yo estaba pensando. Tal vez fui yo:
–Se acuerdan cómo era.
Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal.
–Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros.
Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo –quién sabe– que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros.
–No digas porquerías, querés —me dijo Aníbal.
Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche conseguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar.
–No se lo deben de haber prestado.
–A lo mejor se echó atrás.
Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia:
–No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy.
–¿Cómo será ahora?
–Quién… ¿la tipa?
Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia.
–Esto es una asquerosidad, che.
–Tenés miedo –dije yo.
–Miedo no; otra cosa.
Me encogí de hombros:
–Por lo general, todas éstas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser.
–No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos.
Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo.
Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó:
–¿Y si nos echa?
Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre.
–Es Julio –dijimos a dúo.
El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos.
–Se la robé a mi viejo.
Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tragos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o, quizá, ahora me parecía que se los había visto brillar. Y se pintaba, se pintaba mucho. La boca, sobre todo.
–Fumaba, ¿te acordás?
Todos estábamos pensando lo mismo, pues esto último no lo había dicho yo, sino Aníbal; lo que yo dije fue que sí, que me acordaba, y agregué que por algo se empieza.
–¿Cuánto falta?
–Diez minutos.
Y los diez minutos volvieron a ser largos; pero ahora eran largos exactamente al revés. No sé. Acaso era porque yo me acordaba, todos nos acordábamos, de aquella tarde cuando ella estaba limpiando el piso, y era verano, y el escote al agacharse se le separó del cuerpo, y nosotros nos habíamos codeado.
Julio apretó el acelerador.
–Al fin de cuentas, es un castigo –tu voz, Aníbal, no era convincente–: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea atorranta.
–¡Qué castigo ni castigo!
Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más.
–¿Y si nos hace echar?
–¡Estás mal de la cabeza vos! ¡En cuanto se haga la estrecha lo hablo al turco, o armo un escándalo que les cierran el boliche por desconsideración con la clientela!
A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune. Le guiñé el ojo a la rubiecita que estaba detrás del mostrador; Julio, mientras tanto, hablaba con el turco. El turco nos miró como si nos estudiara, y por la cara desafiante que puso Aníbal me di cuenta de que él también se sentía audaz. El turco le dijo a la rubiecita:
–Llevalos arriba.
La rubiecita subiendo los escalones: me acuerdo de sus piernas. Y de cómo movía las caderas al subir. También me acuerdo de que le dije una indecencia, y que la chica me contestó con otra, cosa que (tal vez por el coñac que tomamos en el coche, o por la ginebra del mostrador) nos causó mucha gracia. Después estábamos en una sala pulcra, impersonal, casi recogida, en la que había una mesa pequeña: la salita de espera de un dentista. Pensé a ver si nos sacan una muela. Se lo dije a los otros:
–A ver si nos sacan una muela.
Era imposible aguantar la risa, pero tratábamos de no hacer ruido. Las cosas se decían en voz muy baja.
–Como en misa –dijo Julio, y a todos volvió a parecernos notablemente divertido; sin embargo, nada fue tan gracioso como cuando Aníbal, tapándose la boca y con una especie de resoplido, agregó:
–¡Mirá si en una de ésas sale el cura de adentro!
Me dolía el estómago y tenía la garganta seca. De la risa, creo. Pero de pronto nos quedamos serios. El que estaba adentro salió. Era un hombre bajo, rechoncho; tenía aspecto de cerdito. Un cerdito satisfecho. Señalando con la cabeza hacia la habitación, hizo un gesto: se mordió el labio y puso los ojos en blanco.
Después, mientras se oían los pasos del hombre que bajaba, Julio preguntó:
–¿Quién pasa?
Nos miramos. Hasta ese momento no se me había ocurrido, o no había dejado que se me ocurriese, que íbamos a estar solos, separados –eso: separados— delante de ella. Me encogí de hombros.
–Qué sé yo. Cualquiera.
Por la puerta a medio abrir se oía el ruido del agua saliendo de una canilla. Lavatorio. Después, un silencio y una luz que nos dio en la cara; la puerta acababa de abrirse del todo. Ahí estaba ella. Nos quedamos mirándola, fascinados. El deshabillé entreabierto y la tarde de aquel verano, antes, cuando todavía era la madre de Ernesto y el vestido se le separó del cuerpo y nos decía si queríamos quedarnos a tomar la leche. Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una sonrisa profesional; una sonrisa vagamente infame.
—¿Bueno?
Su voz, inesperada, me sobresaltó: era la misma. Algo, sin embargo, había cambiado en ella, en la voz. La mujer volvió a sonreír y repitió «bueno», y era como una orden; una orden pegajosa y caliente. Tal vez fue por eso que, los tres juntos, nos pusimos de pie. Su deshabillé, me acuerdo, era oscuro, casi traslúcido.
–Voy yo –murmuró Julio, y se adelantó, resuelto.
Alcanzó a dar dos pasos: nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto.
Cerrándose el deshabillé lo dijo.