Hoy almorcé con mi familia y me preguntaban por la Plaza el dia que velaban a Kirchner. Ese mismo dia habia escrito este texto que no publique aca, pero que dice lo que pensaba. Entonces un poco a destiempo lo cuelgo en el nosoy, para mi cuñada Adriana.
A la hora en que llegué a la plaza ya habían entrado los de la vigilia, los dolientes de la noche y yo me había comido varios sapos.
La mañana me empezó en el laburo cuando las recepcionistas me recibieron como después de un día feriado. Nada de caras compungidas. El termómetro del dolor popular daba gélido. Se habló algo de micros del sindicato, del trabajo a media máquina de los municipales (somos) en ese día. Un dolor ajeno, como suponete un temblor en Paquistán. No les incumbía ni para bien ni para mal. A mi sí me incumbía, entonces agarré mis cosas y me fui. Sola.
Tren a Constitución y subte. Los días de movilización hago el gesto de no pagar el pasaje, de ir en el mismo andén que aquellos que portan banderas y cañas largas tacuaras. Me gustan las multitudes, no tengo pánico pequebu. Si no más bien todo lo contrario. Paso molinetes abiertos y me meto en un subte repleto. Saco alguna foto. Alguien cree identificarme por algunas pistas (¿la maquina digital, la cartera de cuero, muy blanquita quizá o simple cuestión de olfato?). Cree saber que aunque subí con ellos no soy ellos. Entonces me empieza a hablar, fastidiada la señora, de que había sacado pasajes, y no hacían falta. La mina buscaba cómplices, y yo terminé traicionándola. Me pregunta si estaba haciendo un documental, porque la foto de la congestión humana del vagón. “Viajamos como sardinas” dice. Respondo con una sonrisa. Y sigue: “Yo no se a que va la gente, si Chiche dijo que el cajón está cerrado. Y que por ahí ni siquiera esta Kirchner adentro”. La miro raro y le digo fuerte, señora no escuche a Chiche que es un facho de mierda. Y la gente va porque hay que estar donde hay que estar. Creo que todavía no entendía que yo era de ellos, de los negros. Y sigue: “Yo no discrimino por bandera política (dice), ni color, ni raza. Yo lo escucho a Chiche por que es gracioso”.
Me acerco a un compañero trabajador, rogando que le agarre vergüenza, que empiece a pensar que le puedo robar el celular o su conciencia, o la tierra de los zapatos, como decía Benedetti de las viejitas democráticas que porque escuchan radio Carve le tienen miedo al cambio.
Esperaba otra cosa, yo. Uno tiende a confundir su recorte de la realidad con la realidad. Y eso es peligroso. Entonces abandono toda esperanza y les cuento Yo vi dos microcentros. En uno, mucha gente (para que ahondar en un dato remanido) con rosas (cinco pesos las dos rosas), carteles, personas haciendo colas para acompañar, para respetar. Vi funcionarios de poco nivel con sus trajes con hombreras y unas caras de garca que daban pavura, tratándose de hacerse ver. Vi pibes universitarios y pibes pobres, caras de indios, de empleados públicos, de viejos a los que les paso de todo, de gente que recién empieza, cara de estudiantes de sociales, cara de obreros de sindicato. Todo. Ahí había respeto, ganas de participar y cuidado que no les colaran en la línea para entrar. No ví (la hora no era fausta para ello, los de la noche fisurados habían entrado y la mañana florecía en todo su esplendor) el dolor que abruma, pero sí caras de compromiso, de aquí estoy hermano, hermana Cristina, te bancamos.
El otro microcentro estaba a un par de cuadras. Florida y Diagonal, un día mas, gente que no parecía anoticiada de nada.
Esa sensación de irrealidad que te agarra siempre que salís de un velorio. Vos con tu pena y el mundo sigue andando. Y entonces todo te parece irreal, como si estuvieras en un pasillo equivocado. No entendés.
Digo que la hora no era propicia para el dolor popular, con ese sol y esa gente, oh, lonely people que cree que la política es un asunto ajeno. Ellos, argentinos. Yo hoy elijo ser una negra de mierda y miro en la tele el dolor que busqué en la plaza.