Litto Nebbia, cantando Fuera de la Ley, la psicodelia nuestra de entonces. No pretendo que lo escuches todo: hacer un disco (?) de once minutos era el colmo de lo transgresor. Eran los setenta,bolù.
¡ay, juvintud pirdida! decía un personaje gallego en una de las comedias blancas , que me deformaron la cabeza cuando usaba medias modecraft y minifalda.
El tópico de la juventud como peligrosa, descarriada, inferior en calidad a la anterior generación es eso, un tópico. Tiene la función psi de tramitar el duelo por el paso del tiempo, de los «maduros»; una función definitivamente narcisista (ellos serán jóvenes, pero cuando nosotros eramos jóvenes eramos infinitamente superiores). También reclama obediencia y subordinación.
En los setenta eso estaba exacerbado, en postguerra el mundo había hecho plop y ya lo saben, es un lugar común, las píldoras anticonceptivas (comentábamos con escándalo que las madres «en-tre-ga-ban» a sus hijas yankis, habilitando una sexualidad promiscua), la minifalda, la actividad política (luche y vuelve), la existencia de automóviles donde uno podía ir de acá para allá y el rockanroll hacian que todo el antiguo Orden pareciera descascararse. Y en tanto, las jóvenes nos hacíamos la toca para tener el pelo lacio, inclusive yo, que tenia el pelo lacio.
Haber transitado los setenta siendo joven me da el derecho de decir que la juventud era tan durita y prejuiciosa como una película de Palito Ortega. Inclusive los rockeros. Miren si yo habré sido jodida, que compraba la Pinap y la Pelo.
Como ahora, siempre fue difícil ser joven: se espera (tácitamente) que uno cambie el Porvenir, se espera Todo. Y uno de mis lemas es «todo es demasiado»: La juventud (que palabra chota, por Jebus) hace lo que puede, lo que puede a veces es ser Kurt Kobain, o el pibe ese que se murió por la cocaína e imitaba a Rodrigo y del que ya no me acuerdo el nombre. A veces la juventud (???) se deja matar por causas mejores o peores (la guerra, la Revolución, la puta que los pario), se entregan como pequeños pájaros heroicos, no le dejan hacer otra cosa. (Y alguien, en tanto, acumula poder o dinero a su costa).
El adolescente es un objeto social amado, temido y envidiado. Entronizado y bajado a cachetazos.
Siempre lo fue, desde que existe esa construcción social llamada adolescencia: hubo tiempos en que de niño pasabas a adulto, y no estoy hablando de las culturas donde te limaban los dientes, te tirabas de un acantilado o te hacían hacer ayuno en una choza tras del río, hablo por ej. de la Revolución Industrial e Inglaterra: un dia eras un pilluelo correteando y al otro día estaba sacando carbón con tu viejo en la mina, minga de adolescencia.
Y por que hablo de esto? Porque Tito colgó en el Magicas Ruinas (www.magicasruinas.com.ar) una crónica periodística de un recital de Los Gatos en Buenos Aires, donde el distraído lector puede pensar que se trata de un fenómeno similar a algún recital Metalero en su peor momento, con Hells Angels matando a cadenazos a negros. No amigo, eran Los Gatos,(narianariannnairanarannnniubidub) y eran los primeros setenta: he ido a recitales de los Gatos en los setenta y nadie fumaba ni siquiera porros en las tribunas. Solo en la jodida mirada del cronista estaba el mal y el peligro que en la nota se despliega. Apuesto mi sello.
Pero, claro, era la juventù; léanla porque da nostalgia, y por que da cuenta de que las crónicas, mas que la realidad, reflejan la intelección de un tiempo.
http://www.magicasruinas.com.ar/rock/los-gatos.htm