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diez años en cana Un relato argentino


Foto del DNI que me dieron al salir de prisión, enero 1984.

Mi vida en prisión: la otra muerte.

Por Daniel Molina

Nací muerto. Eran los 50 y mi madre fue fumando a la sala de parto. Al salir del útero no respiraba y no lograron reanimarme. Me descartaron. Por suerte, una tía estaba terminando su residencia en el mismo hospital y pasó por el quirófano. No sé qué método heterodoxo aplicó sobre mi cuerpo sin vida , pero logró que yo llorase: los pulmones comenzaron a funcionar. En las primeras horas de vida fui tan horrible que cuando me llevaron para que mi madre me conociera, sus primeras palabras fueron: “¿Eso es mi hijo?” .

La heterodoxia y la muerte, que fueron mis nodrizas, no me han abandonado nunca. Mi padre se suicidó cuando yo tenía 9 años y mi madre murió hace más de tres décadas. Me cuesta recordar qué se sentía ser hijo. Siento que siempre fui huérfano . Mi primer amigo del primario murió durante la epidemia de poliomielitis. Muchos de mis compañeros del secundario fueron secuestrados y asesinados en los 70. En los 80, durante la primera etapa democrática, el sida se llevó a decenas de conocidos y amantes. Ahora ya nos vamos muriendo de viejos.

Hay una experiencia que se parece a la muerte. Es la prisión. Más que la vida en la cárcel, lo mortuorio es el hecho de ir preso: significa un quiebre radical con la vida.

Ese instante es eterno. Es el momento perpetuo en el que se tiene la certeza de haber perdido, tal vez para siempre, la libertad, la dignidad, todo. Ese instante es la muerte. Literalmente. Empecé a morir en las cárceles de la dictadura, de nuevo, cuando tenía 20 años. Fui a prisión a la una de la mañana del 23 de noviembre de 1974.

Estaba haciendo el servicio militar y clandestinamente participaba en el PRT-ERP. Jamás había realizado una acción violenta, pero formaba parte de su estructura política. Un soldado de otra unidad me nombró al ser torturado. Se lo acusaba de un delito que no había cometido. Por esa comedia de equívocos terminamos en prisión ocho soldados: fuimos presos por un delito inexistente, pero en el camino nos acusaron por militar en un grupo en el que sí militábamos y que en ese momento estaba prohibido. Nos condenó un Tribunal Militar, aunque la Corte Suprema de la democracia desechó el juicio. Esas son argucias legales. Lo importante es que mi vida cambió radicalmente. En el instante en que me detuvieron, todo dejó de suceder. El tiempo, el ruido del mundo: todo se acabó.

A la medianoche vino a mi cuartel un móvil de inteligencia militar y pidió hablar con el oficial de guardia. Yo fui el encargado de acompañarlo hasta esa oficina. Inventaron una misión nocturna y me ordenaron que acompañara al oficial de inteligencia a los cuarteles de Palermo. Iba en la camioneta militar, rodeado de hombres armados que me miraban raro. Todos en un silencio absoluto. Miraba las calles como si nunca más volviera a verlas. De alguna manera extraña ya estaba aprendiendo a vivir sin vida.

Intentar dar cuenta de la cárcel es una empresa imposible. Si no lo lograron Primo Levi ni Solzhenitsyn ni Genet ni Wilde menos lograré yo dar cuenta de una experiencia que es en sí misma inefable. La gente que no estuvo presa cree que libros tan maravillosamente poéticos y trágicos como Si esto es un hombre o Diario de un ladrón dan cuenta de la vida en prisión. No es así. No llegan al núcleo candente de la experiencia. Justamente porque no hay vida en la prisión: es una forma de morir. Yo trataré apenas de dar testimonio.

Cuando llegamos a la compañía de la Policía Militar me temblaba el alma. Supe que había perdido todo y sólo me quedaba aceptarlo. Me introdujeron con violencia en un edificio que está cerca del portón de entrada.

Se me secó la garganta y no pude ni gritar. Los treinta metros del pasillo que conducía a la cámara a la que me llevaban los recorrí casi en el aire, elevado del suelo por las patadas y trompadas. Todavía no lo sabía, pero esos golpes eran las últimas caricias que me daba la vida.

De todas las torturas que padecí, la que más sufrí fue la privación total del sueño. Fue atroz y duró días. Entre sesión y sesión de picana y golpes, me tenían parado frente a una pared, las manos esposadas en la espalda (el dolor en los hombros me duró algo más de un año).

Un soldado me apuntaba con un fusil para que no me durmiese. Los que se durmieron fueron los que custodiaban. Dos veces dispararon el fusil inconscientemente, porque tenían el arma sin seguro, para que yo supiese que al mínimo movimiento me mataban.

Después de quince días, un militar uniformado (los que nos torturaban lo hacían de civil) me tomó declaración y me informó que iría detenido al penal de Magdalena. Allí permanecí los primeros seis años –un Consejo de Guerra me condenó a ocho, aunque finalmente estuve encarcelado casi diez–. Los cinco meses iniciales fueron de aislamiento total. Encerrado las 24 horas en mi celda. Solo tenía una cama, paredes descascaradas, un techo alto, un ropero casi vacío y aire para seguir respirando. Podía caminar cuatro o cinco pasos desde la puerta de la celda hasta la pared del fondo. Pasaba horas mirando la pared blanca que estaba delante de la cama. Durante años no me permitieron leer nada. Cada cosa que lograba tener era un tesoro: una cuchara oxidada, un trozo de madera, un espejito.

A las seis de la mañana nos despertaban para que nos higienizáramos rápido y tomáramos el desayuno: un mate cocido lavadísimo. Era uno de los momentos en los que podíamos socializar entre los presos que estábamos en el pabellón. Eran unos minutos. Luego venía el cambio de guardia.

Entre los presos políticos el sexo era algo impensable. Yo soy gay y todo el mundo lo sabía, o inmediatamente se daba cuenta. Eso en la cárcel era una doble condena. No sólo por los militares, que lo usaron algunas veces para maltratarme aún más, sino por mis compañeros: en ese entonces la gente de izquierda era militantemente homofóbica.

Consideraban que la homosexualidad era una aberración burguesa, que debía ser extirpada con “reeducación” (un eufemismo que se usaba para definir la política de enviar a los homosexuales a campos de trabajos forzados, tal como sucedía en todo el mundo socialista). La única sexualidad progresista era la masturbación solitaria.

La vida transcurría monótona: yo aprendí cierta serenidad zen en esa nada. Ahora vivo dos vidas: la que vivo y la que imagino. Mi imaginación es del doble del tamaño de lo real. Así poblé mi soledad de historias imposibles y de razonamientos absurdos. Como no veíamos nada más que la pared blanca, se aguzaba el oído. Los ruidos desconocidos nunca anunciaban nada bueno.

Cada vez que abrían la puerta del pabellón podía suceder algo malo. A treinta años de distancia, aún soy capaz de distinguir sonidos que se producen lejos de donde estoy. En realidad nunca estábamos solos del todo. Podíamos hablarnos gritando. Así manteníamos conversaciones, jugábamos a un ajedrez mental o “hacíamos gimnasia”: yo dirigía las sesiones gimnásticas, ordenando una serie de ejercicios que, después supe, era el único que las hacía.

El penal de Magdalena queda en medio del campo. Ausencia total de todo estímulo, pared blanca, trato duro, esperanza nula: creo que lo que me permitió sobrevivir con un mínimo de lucidez fue el humor. Siempre fui capaz de reírme de mí, pero en la cárcel alcancé la maestría. Desde entonces no puedo tomarme en serio.

Con el paso del tiempo hubo varios cambios en nuestra vida cotidiana. Ansiábamos poder hablar con otro, pero en las poco frecuentes ocasiones en las que nos permitían estar fuera de la celda solían estallar los conflictos. Convivir en esa olla a presión era más difícil que soportar la soledad.

En los dos últimos años estuve en celdas compartidas: extrañé el encierro solitario.

El infierno son los otros. La soledad me protegía de la mirada de los demás, pero compartir una celda las 24 horas con otro (u otros, como en Devoto, donde éramos 4 por celda) destruye la individualidad.

Todo el tiempo se está ante la mirada inquisitiva. Cada pedo que me tiraba era oído y olido por mi compañero de celda. Cagábamos y meábamos ante la mirada del que compartía la celda. Nos masturbábamos de noche, en el mayor silencio posible, pero igual oíamos que el otro se masturbaba.

Vino un gato a vivir al pabellón.

Lo llamamos Mendieta, por el perro de Inodoro Pereyra: solo le faltaba hablar. Cuando entraba a mi celda y me hacía compañía, yo era feliz.

Sí: feliz en la tumba. Jugaba con el Mendieta y reía. Era negro, inteligentísimo. Percibía todo antes de que sucediera. Aprendí mucho de él. Me pasaba horas observándolo: me volví gato.

El Mendieta se metía dentro de mi cama para dormir. Yo me sentaba en el piso y miraba el techo, pensando. De golpe, el Mendieta salía de la cama, se desperezaba y se sentaba frente a la puerta. Dos minutos más tarde, yo oía el carro de la comida que rodaba por los pasillos del penal a cien metros del pabellón. El Mendieta me enseñó a ver las cosas antes de que sucedan.

Mientras escribo se me hace un nudo en la garganta. Me emociona recordar al Mendieta. Me emociona recordar que fui joven y no lo supe. Por el vacío de las horas muertas, la cárcel es una espera eterna. No sucede nada o lo que sucede siempre es malo.

Estar preso en la época de Isabel Martínez y durante la dictadura era una condena a no se sabía qué.

Los relatos de Kafka vueltos realidad: sin metáfora. Había muertes en los traslados. Había muertes dentro de los penales. Sabíamos de las desapariciones. La libertad no era algo esperable.

Durar sin sentido o el sinsentido de la muerte: el día a día de mis veinte años.

En mayo de 1981 nos trasladaron a la cárcel de Caseros. Fuimos en un camión, esposados y sin ver adónde nos llevaban. Después de una hora y media de viaje olí el Riachuelo y me largué a llorar de emoción: ¡volvía a Buenos Aires! No imaginaba que el año y medio que iba a pasar en Caseros iba a ser el peor de mi vida. El sistema de Caseros era atroz.

Vivir allí ya era una tortura. El maltrato era la norma. A todo volumen pasaban una misma canción por los altoparlantes durante todo el día. No apagaban las luces a la noche: a mí me resultaba imposible dormir.

Ante cualquier pedido médico, te trataba el psiquiatra, que recetaba las drogas más embrutecedoras. Nos obligaban a tomarlas. Era una mezcla del manicomio y el infierno. No había ni un detalle dejado al azar. Nos sacaban a recreo dos horas diarias y todos estábamos tan pálidos y ojerosos que parecíamos cadáveres. Mi madre ya había muerto y me venía a visitar un tío. El me veía así y se ponía triste. Yo lo veía así y me entristecía más.

Me salvó la Guerra de Malvinas. El día del paro de la CGT, el 30 de marzo de 1982, me llevaron al calabozo por pelear con otro preso del que me había enamorado (y al que aún recuerdo con afecto, aunque nunca más lo volví a ver). De golpe, la mañana del 2 de abril viene a buscarme el celador al calabozo y me dice que me conmutaron el castigo: “Recuperamos las Malvinas; todos estamos ahora en el mismo bando”.

Yo creía que me estaba haciendo una broma.

Después de la derrota, a fines de agosto de 1982 sacaron a todos los presos políticos de Caseros. Casi todos fueron llevados a Rawson. A mí me trasladaron a la cárcel de La Plata, que era un mejor destino. Mi tío había visto al Papa cuando recibió a los familiares de los presos políticos.

Juan Pablo II pidió por mí ante la Junta Militar. Mi tío, como yo, era ateo militante. Más que yo, era anticlerical fanático, pero se arrodilló ante el Papa, le besó el anillo y le habló de mí. Yo no sé si hubiera sido capaz de hacer lo mismo por él.

De la Plata fui a Devoto y de allí a Rawson. Me conmutaron la condena una semana antes de que asumiera Alfonsín.

Salí en libertad el 3 de diciembre de 1983, a la una de la mañana.

Al cruzar la puerta que daba a la calle vi el muro del cementerio de Rawson, que estaba enfrente del penal, y me acordé de mis padres muertos.

Levanté los ojos y vi las estrellas.

Hacía 10 años que no las veía. La vida volvía a latir en mí, como si me hubieran descongelado. Al ingresar a la cárcel aún tenía 20 años y salí en libertad una semana después de cumplir los 30. De cada tres horas que había vivido, una hora había estado preso.

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Relatos de viaje: otra vez Cuba


Hernan Baranda visitó Cuba, hace nada, despues de la muerte de Fidel. Como amo los relatos de viaje y puedo compararlo con mi propia visita que ya fue hace 8 años (la vida pasa volando) le pedì una cronica, y aca està «Cuba vista por un escéptico»

Gracias Hernán!

Cuba y la escasez

Llama la atención, al rato de llegar nomas, la carencia de algunas cosas, por ejemplo fósforos. Y encendedores. Y sigue la lista. En realidad la explicación es sencilla: Cuba exportó por 5600 millones de euros e importó por 14100 millones de euros en 2015, es decir que la balanza comercial es altamente deficitaria y que los recursos de Cuba para compras en el exterior son muy escasos por lo que debe racionarlos al máximo.

La diferencia, 8500 millones de euros, las cubren:

1- los servicios prestados por profesionales en el exterior. Esos son los servicios de médicos y educadores cubanos en Venezuela principalmente. Con Venezuela en crisis esos recursos deben haber mermado

2- el turismo le aporta a Cuba 3000 millones de euros al año. Es uno de los rubros “fuertes” de Cuba

3- un rubro no cuantificado en las estadísticas españolas que vi son los aportes que giran a la isla cubanos en el exterior. Ignoro si existen cifras de eso. Sospecho que debe ser una cantidad importante

Puestos de cultura

Una cosa que me impresionó mal son los “Puestos culturales” o algo así, no recuerdo exactamente el nombre que le daban pero la palabra cultura figuraba seguro. El Puesto cultural estaba armado con libros, stickers y recuerdos de Cuba varios. Cuando revisabas los libros los temas eran, Fidel, la Revolución, El Che, Fidel, la Revolución, Fidel, el Che, etc, etc, etc., todos con versión en español, en ingles y en ruso. La explicación de este último idioma es que hay turismo ruso a Cuba. Un hotel donde estuvimos estaba lleno de rusos. Perfecto, que vayan muchos, que Cuba los necesita.

La primer pregunta sería qué pasó con los escritores cubanos que no quedó ninguno, o no los consideran dignos de aparecer, o andà a saber qué. Ninguno en los puestos culturales al menos. Otra pregunta es si no les parece cambiarles el nombre por “Puestos de la Revolución” o algo así, sería más claro y honesto. Otra pregunta más es si no les parece que en esta etapa del pais, 60 años después de la Revolución, no sería mucho más redituable en términos de imagen utilizar estos puestos para la difusión de la cultura cubana.

Otra cosa que queda clara es que quién/es modelaron estos puestos que se encuentran en hoteles, aeropuertos, lugares de parada de los ómnibus que transportan turistas y cualquier otro lugar donde los turistas caminen tienen una impronta que yo imagino debe ser la del gobierno también, la Revolución, la Revolución y la Revolución. Parece que consideran que es el tema número 1. Y el único.

Una última, ésta una recomendación. El libro La Mafia en La Habana es de lectura muy interesante, te da una imagen de la Cuba pre Fidel muy clara, acorde a lo que siempre supimos. No trata solo de la mafia sino que la imagen incluye una historia política de Cuba. Por contraste los logros posteriores a la toma del poder por Fidel son impactantes. Y otra post última, estos libros están impresos en un papel de calidad muy superior a la de los libros impresos que se encuentran en una librería que son para consumo interno, cuyo papel parece papel de diario.

El Che, héroe romántico

En el puesto cultural en el hotel se podían ver varios libros sobre el Che o del Che, entre ellos Diarios de motocicleta, Pasajes de la guerra revolucionaria y El diario del Che en Bolivia. Los podias poner ahí, paraditos y en fila, la creación perfecta de un héroe romántico.

Diarios de motocicleta. La formación del héroe, donde el héroe viaja y ve cosas que lo alertan, lo moldean y al final lo dejan listo para que afronte las pruebas que van a seguir, esas que lo van a revelar como quién es.

Pasajes de la guerra revolucionaria. El camino del héroe, donde se emprende una lucha en condiciones muy desventajosas frente a un enemigo que lo supera en una forma tan amplia que parece imposible el triunfo. Esto es el viaje en el Granma, el desembarco, la aniquilación de gran parte de los atacantes y el ya mítico escape de los 12  (los 16?) liderados por Fidel hacia Sierra Maestra donde se refugiaron y desde donde se inicia la ofensiva que 25 meses después, contra todos los pronósticos, termina con la toma de la isla.

Y para toda historia romántica que se precie tiene que existir una caída del héroe. En esta historia la caída es la muerte. Pero una muerte heroica, con mucho coraje, con el Che diciéndole a su ejecutor: “Póngase sereno y apunte bien, va a matar a un hombre!”. Esa parte la llenamos con los Diarios del Che en Bolivia.

Se pueden agregar algunos ítems a la creación del héroe romántico pero hay dos que se destacan, la famosa foto de Korda, con el Che mirando a lo lejos, la mirada decidida, un hombre jugado totalmente por sus ideales. Si hasta parece un chiste que esa foto fuera tomada con un Che totalmente distraído, aburrido incluso, en un acto oficial. Todo el honor para Korda. Y la otra la pinta innata del Che, cosa que cualquier mujer te lo corrobora corriendo.

Es totalmente injusto tratarlo al Che como un héroe romántico, sobre todo porque lo que realmente hizo no fue una aventura, las razones que lo impulsaban no eran mitos, y lo que resultó, que fue el estado cubano actual, no es una creación literaria. Y porque en todo esto se jugó la vida, que no es poco. Pero es algo irónico que las reglas que construyen héroes literarios o míticos se cumplieron todas en el caso del Che.

El Fidel, el Che y la habilidad política

Otra cosa que debe ser obvia para un montón de gente pero a la que yo no le había dado bola es la habilidad, el olfato, la visión política de Fidel contrastando muy fuerte con la del Che. Fidel demostró habilidad, olfato y visión desde antes de embarcar en el Granma. Desde que se refugian en Sierra Maestra hay una acción política y publicitaria permanente de Castro, tanto en el terreno con políticos o gentes donde se encuentra como con las entrevistas y reportajes que concede con medios externos. Mi impresión es la de un hombre en control de la situación en que se está, o dicho mejor, un hombre que trató de controlar los diversos factores políticos con los que interactuaba. También tuvo mucha actividad con medios externos a Cuba tratando de obtener una visión favorable a la lucha en el exterior. Un hombre sopesando sus posibilidades y lo que necesita para conseguir su objetivo. Todo esto contrasta fuertemente con la visión del Che y con sus posibilidades de triunfo en Bolivia. En el desarrollo de las acciones guerrilleras en ese país se vió que el Che sobreestimó sus posibilidades. No conocía el medio, no conocía la gente y así le fue.

Exposición de pintura y escultura cubana. Librería

Hay un local (deben haber varios) con obras de artistas cubanos en La Habana vieja. Muy buenas obras, o muchas muy lindas, lo que prefieran. Y baratas, en ningún lugar del mundo se consiguen buenas obras como estas a estos precios. Un detalle, ya sea que compren una pintura o una escultura el embalaje lo arman en el momento con los cajones de cartón de productos varios descartados y un poco de cinta de embalar. Otra muestra de que Cuba tiene pocos recursos y tiene que arreglarse con lo que haya.

En la librería a la que entramos casi no había libros de autores extranjeros, ninguno de autores que venden bien en el mundo. Leonardo Padura no estaba, por ejemplo, y extranjeros ninguno conocido, por mi al menos. De vuelta la restricciòn externa, Cuba no debe tener muchas divisas que desperdiciar en novelas.

Los libros impresos en Cuba tenían un papel de mala calidad, o de una calidad inferior a la que estamos acostumbrados nosotros. Otra muestra de los recursos escasos cubanos.

La Habana vieja

La Habana vieja es un compendio de Cuba, un resumen y, además, una hermosura. Es cierto que hay sectores muy pero muy deteriorados, sobre todo los destinados a viviendas. La gente tiene los recursos para vivir pero no para mantener las casas. Pero en los sectores más turísticos está mucho mejor cuidado. Incluso hay muchos edificios gubernamentales viejísimos restaurados, y muy bien restaurados. Se ven hermosos. Hay una intención evidente de presentar la ciudad lo mejor posible. Todas las ciudades del mundo intentan preservar su acervo histórico de la mejor manera posible, pero eso es un asunto caro, muy caro. Las ciudades con más recursos los tienen pipí cucú, por ejemplo París, donde hasta los monumentos están lustrados y dejados al bronce original. Espectacular. Caso opuesto es Lisboa, donde no tienen tantos recursos y esa escasez se nota. Cuba, con muy pocos recursos, me asombró. No debería ser para asombrarse tampoco, el país depende fuertemente de los ingresos por turismo y no solamente se advierte la intención de esa mejor presentación de la ciudad sino que lo escuché directamente del tipo que está a cargo del sector turismo, no recuerdo el nombre del puesto que ocupa.

Hemingway tenía un dicho: mi daiquiri en el Floridita y mi mojito en la Bodeguita. Ademas de revelar los gustos etílicos de Ernest es un must para hacer Habana vieja. Pero prepararse porque los lugares son un kilombo. Los dos tienen montañas de gente afuera y adentro. Los dos tienen un grupo musical cubano, bien cubano, tocando adentro, salvo que en el caso de la Bodeguita hay tan poco espacio que caminas medio mezclado con los músicos. Hasta podrias cantar con ellos. Altamente recomendables los dos.

Hotelería en los Cayos y Varadero

La gran mayoría de los hoteles en esos lugares son all inclusive. Eso, además de que suponga alguna ventaja en comodidad, hace que se viva en una burbuja. Lo único de Cuba que uno ve estando en estos hoteles es el personal que trabaja.

Un dato, preguntamos a un par de personas por los sueldos. La pregunta era si los sueldos eran acorde a los hoteles o eran sueldos cubanos. La respuesta fue que eran sueldos cubanos, que la diferencia la hacian con las propinas. Así que, sea verdad o no, –admito que la muestra de sueldos en hoteles no es muy extensa y que las respuestas de los encuestados pueden ser interesadas– lleven mucho cambio porque lo van a necesitar.

Que opinan los cubanos de Cuba

Para todos los gustos. Un cocinero en un petit restaurante con refrigerios del hotel contó que él estaba muy conforme, y que su hija acababa de recibirse de médica. Y era muy convincente.

Uno de los choferes de los ómnibus de traslado cuando dejó de manejar se paró al frente y se puso a hablar del Che –estábamos yendo a Santa Clara donde se desarrolló una de las batallas que definieron la huida de Batista, batalla que llevó a cabo la columna comandada por el Che– contando anécdotas pequeñas, medianas y grandes. Hablaba sin los micrófonos que suelen tener los ómnibus de turistas, a capella digamos, y hablaba convencido. No era para nada un apologista del gobierno, del cual no dijo una palabra, era alguien a quien le gustaba hablar de ese tema. Tuvimos charla y muy amena, el tipo era muy bueno relatando.

En la Habana alquilamos un departamento. La dueña de ese departamento, una mujer ya grande, también hablaba muy bien de Fidel. Contaba que, cuando era chica, la madre tuvo que vender la única vaca que tenía para operar a otra hija. Y contrastaba eso con la atención médica actual. La mujer tiene un único hijo, que vive y trabaja en Suiza, por lo que sospecho que la remodelación del departamento –estaba muy bien puesto, no con los estándares argentinos, pero muy bien con los estándares cubanos, en contraste con esto el departamento que usaba como vivienda ella era muy austero– se hizo con plata aportada por el hijo. Eso le permite a ella ser una de las afortunadas que viven relacionadas con el turismo.

Uno que me llamó la atención fue un taxista. Su opinión de Cuba era que era un país parásito que vivía de los recursos de otros. Me acordé de Venezuela y el petróleo a precio de amigo, de las exportaciones argentinas a Cuba nunca pagadas, las deudas perdonadas. –por incobrables, obvio– de México, España, Uruguay, y alguno más que leí y no recuerdo. A los recursos aportados por la Unión Soviética, que también perdonó una deuda a Cuba, los considero diferentes. Cuba era un puesto avanzado de la URSS en la guerra fría, y eso cuesta plata. Si los soviéticos querían puesto avanzado lo lógico era que lo paguen. Y me imagino que Castro los debe haber exprimido todo lo que pudo con eso. No quise hablar mal de Cuba estando ahí por lo que no quise corroborarle al taxista que estaba de acuerdo con él.

Un pariente de mi mujer que vive en Cuba también hablaba bien del gobierno cubano. Eso sí, teníamos que averiguarle si podía sacar el pasaporte argentino porque su padre, croata de nacimiento, había vivido en Argentina.

Una cubana, viviendo en Méjico primero y posteriormente en Miami, con quien viajamos saliendo de Cuba, contaba de la imposibilidad de sacar a un hijo y a un nieto de Cuba. Les enviaban dinero regularmente pero nada alcanzaba. En definitiva, los que quedaron en la isla estaban mal. Todo contado sin dramatismo y sin hablar mal del gobierno. Y no era una anticastrista acérrima al estilo de los que estamos acostumbrado en Miami, ella en Miami no se juntaba con los cubanos anti Fidel, los detestaba.

Otra cubana, joven, arquitecta,que vive desde hace unos meses en Buenos Aires, sin hablar mal del gobierno actual, se quejaba de la situación laboral en la isla, de que es muy difícil vivir y trabajar en Cuba.

Qué será de Cuba sin Fidel

Es una buena pregunta. De la cual no conozco la respuesta. Aunque sí puedo suponer ya que decir boludeces es gratis.

Mientras estuviese vivo Fidel el esquema político no iba a cambiar demasiado. Bastante cambió cuando admitieron empresas extranjeras en la explotación de los recursos turísticos. Eso fue una jugada inteligente para paliar la escasez de divisas que salió muy bien. Inclusive fue hecha al modo cubano, preservando lo más posible el esquema económico vigente en Cuba. Todo esto dicho sin que importe el que a uno le guste el esquema o no. Muerto Fidel y con Raúl al mando se puede suponer que va a seguir igual pero, ¿por cuánto tiempo?. Una limitaciòn a esto es la edad de Raúl que tiene actualmente 85 años. Otra limitaciòn importante es que el deterioro de la balanza comercial es progresivo y viene aumentando en forma alarmante, por lo que les juega en contra el tiempo. La consecuencia sería un deterioro del standard de vida que tienen ahora, cosa que los cubanos ya sufrieron anteriormente. Descarto que las autoridades actuales están más que atentos a todo esto. Por lo que, desaparecido Raúl, las autoridades que asuman el gobierno y se hagan cargo del aparato del estado alguna idea propia van a tener. Cualquiera al mando de un gobierno algo tiene que lo diferencia del anterior. Por lo que yo no se qué pero alguna cosa van a intentar. Todo esto dicho suponiendo que la que se haga cargo del aparato del estado es la burocracia actualmente en funciones. No creo que existan aparatos políticos disidentes con las condiciones y experiencia como para manejar el estado. Veremos.

Estuve leyendo comentarios por la muerte de Fidel escritos por políticos que estuvieron en Cuba. La mayoría eran muy prudentes al evaluar, nadie suponía un cambio abrupto en la situación política, y todos deseaban que cualquier salida fuera preservando los logros de la gestión Fidel. Yo coincido totalmente con esto.